Fue el primer ecuatoriano y el tercer americano en ascender a la cima de las catorce montañas más altas del mundo, sin usar oxígeno. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Desde sus años de infancia, Iván Vallejo ha tejido una relación estrecha con la naturaleza pero, sobre todo, con las montañas. Ha subido a las más altas del mundo y ha regresado para contar sus hazañas. En medio de un descampado, de un parque del norte de Quito, vuelve sobre esa relación. Es una tarde de Martes Santo.
Dicen que mientras más alto se sube más cerca se está de Dios.
Yo diría que mientras más alto sube el ser humano más profundo es el viaje interior que realiza. En mi caso, el esfuerzo que hago subiendo a una montaña como el Cotopaxi es supercontrolado y me la gozo, pero cuando estoy en una montaña de 7 000 u 8000 metros de altura la cosa es mucho más exigente y el grado de exposición es más alto. Todo eso lleva a que tu viaje interno sea más profundo. En esa profundidad estás como más vacío, en el sentido de vacuidad, para conectarte con lo superior. Las montañas son mis catedrales, allá me voy a rezar, a encontrar y a agradecer.
Son momentos muy intensos pero al final, totalmente efímeros.
Creo que uno de los momentos más efímeros que puede vivir un ser humano sucede cuando llega a la cima de una montaña. Pero, finalmente, todo es un ratito no más: la gloria, la victoria, incluso algo que hay que manejarlo con pinzas, como el poder. En la cima de la montaña me emociono, lloro, abrazo, felicito, pero enseguida tengo que pensar en bajar. Lo más largo que he estado en la cima de una montaña de 8 000 metros fueron dos horas, en el Gasherbrum II en Pakistán, y el pasado sábado en la cumbre del Cotopaxi, que estuve tres horas.
¿No hay algo de masoquismo en proponerse subir las montañas más altas del mundo?
A los 12 años subí a mi primera montaña acompañado de Fabián Zurita, cuando bajé de la cima del Illiniza Norte no me quedé con el recuerdo de la noche que pasé tiritando de frío, porque no tenía una bolsa de dormir. Cuando el montañismo se convirtió en mi pasión y me puse el reto de los 14 ochomiles sabía todo el discurso; que hay que estar mucho tiempo fuera, que se come mal, que se baja mucho de peso y que se vive expuesto al frío y al riesgo. Nunca vi eso como masoquismo, sino como una serie de retos, en los que iba a aprender.
¿Cuántas veces estuvo a punto de tirar la toalla?
Estuve a punto de tirar la toalla en el Kanchenjunga. En el 2002 hicimos dos intentos a la cumbre. En el primero nos quedamos a 8 100 metros y en el segundo a 8 000 metros. Volví en el 2006 y nos lanzamos al primer intento y no pudimos hacer mayor cosa por una nevada brutal. El segundo intento fue el más doloroso, nos quedamos a 250 metros de la cumbre. Quedarte a esa distancia es dolorosísimo, y ese dolor se incrementó luego, porque cuando estábamos bajando el clima se despejó. Es decir, nos equivocamos por veinticuatro horas. Ahí sí me partí y dije estoy harto de tener estos reveses. Pensé en regresar al país y comunicar a la prensa que me retiraba del proyecto ‘Desafío 14’.
¿Fracaso y revés son lo mismo ?
Con los 14 ochomiles aprendí una cosa semántica pequeña pero muy importante. Lo que uno vive en la vida son una serie de reveses, porque los fracasos son irreversibles y lo único que no se puede cambiar es la muerte. Cuando bajé del Kanchenjunga la primera vez, me senté en un cibercafé para escribir un artículo y puse de título ¡Fracaso en el Himalaya! Luego lo borré, porque me di cuenta que no tuve un fracaso sino un revés, porque sabía que iba a volver a esa montaña. Los reveses son parte del constante proceso de aprendizaje que tenemos, pero igual no los celebro, porque me dan contra el suelo.
Todos hablan de la belleza de los Himalayas, pero muy pocos de que las montañas se han convertido en un verdadero basural.
Me resulta doloroso porque no hay conciencia por parte de las personas que van a las montañas. No creo que haya maldad, pero sí inconsciencia. La experiencia del Everest que tuve en el 2013 fue crítica. El campamento base tristemente, utilizando tu expresión, era un basural: había botellas de licor y empaques de comida por todas partes. Fue algo vergonzoso.
Siempre hemos vivido entre montañas, pero debido a la pandemia parece que recién las estamos regresando a ver.
Siempre he dicho que para los que vivimos en el callejón Interandino, después del fútbol, el deporte que tenemos que practicar tiene que estar relacionado con la montaña. Estoy convencido de que el ser humano tiene que conectarse con la naturaleza porque te cambia. El 95% de las personas que vamos allá regresamos tocadas para bien, porque te recuerda lo vulnerable y lo pequeñito que eres, pero también el regalo que es que seas parte del cosmos y del universo. En la naturaleza, el título que sacaste en la Central, en Boston o en la San Francisco y que te da un dejo de arrogancia no sirve. Vas a la montaña y allá eres Juan, Pedro y Anita.
Ahora, para subir a una montaña hay toda una parafernalia, pero uno ve a Baltazar Ushca y está ahí con saco y poncho.
Cuando la montaña va a ser recurrente en tu vida sí considero que tienes que buscar la comodidad. Si Baltazar quisiera guiar a la cumbre del Cotopaxi, en algún momento el poncho le va a quedar corto y no creo que habría drama si lo cambia por una chompa de plumas. Baltazar es un gran llamingo ecuatoriano. Yo también me considero un llamingo y creo que Richard Carapaz y Jefferson Pérez también lo son. Este regalo genético de haber nacido en el callejón Interandino es una maravilla, porque parece que te hace más aguantador.
¿Qué es más complicado, convivir con la montaña o en una sociedad polarizada por la política?
Cómo vas a comparar eso. Es como pedirle a alguien que mezcle el agua con el aceite. En el segundo escenario los seres humanos estamos con este afán desmedido de sacarle lustre al ego y a siempre querer tener la razón. Una sociedad que no llega a consensos es una sociedad que sufre y que no se encuentra consigo misma. En el primer escenario, la montaña te iguala. Cae un trueno y todo el mundo tiene miedo, o sale el sol y todo el mundo se alegra, esa es la gran diferencia entre las dos.
Trayectoria
Estudió Ingeniería Química en la Escuela Politécnica Nacional. Fue el primer ecuatoriano y el tercer americano en ascender a la cima de las catorce montañas más altas del mundo, sin usar oxígeno. Dice que le hubiera gustado subir a la cima del Chimborazo con Edward Whymper.