Pitana Alto, Cangahua, 2014.
Sobre el Inti Raymi se han tejido demasiadas historias. La peor de todas es esa visión neoindígena que pretende ‘recuperar’ las tradiciones ancestrales sobre las que no hay registro fidedigno. La mayor fiesta indígena en el Ecuador se celebra, principalmente, desde Cayambe hasta Zuleta, en Imbabura. Convoca incluso a aquellos que han emigrado, para celebrar la vida junto a los suyos y agradecer a la Madre Tierra.
Con la conquista europea, el mundo indígena enmascaró sus celebraciones para sobrevivir. Originalmente, parodiaron al patrón de la hacienda, al blanco, a los soldados y a los curas. Luego, con la aparición de los cómics, se apropiaron de los personajes de las películas y de la televisión, siempre con un contenido político soterrado. Son tres días de cantar, bailar y beber copiosamente para luego seguir con la vida hasta el año siguiente, en el que volverán a disfrazarse de los motivos más increíbles.
Para fotografiar la fiesta he tenido que ser aceptado, o lo que diría Cartier–Bresson: “Me he vuelto invisible”. Salí de la celebración y huí del folclor para adentrarme en las situaciones de sus periferias. A pesar de que la comunidad me ha integrado, no dejo de ser un mestizo que llega de fuera y mira con ojos que no son los suyos. Pero algo me ha contagiado: espero junio con ansias para maravillarme sin que la maravilla tome control de mí.