En la imagen Javier Francisco Salazar, Luis Cordero Crespo y Camilo Ponce Ortiz.
Las elecciones han sido conflictivas durante toda nuestra historia. Las del año 1892 fueron las más agitadas del siglo XIX. Preparadas con más de un año de anticipación, fueron el escenario en que participaron los iniciales partidos de nuestra historia. La Unión Republicana, fundada en 1883 por los conservadores de la línea de Gabriel García Moreno, se había dividido en 1885 entre el Partido Católico Republicano, que se enfrentaba al gobierno, y el Progresismo, que gobernó el país desde 1883 hasta 1895. El Partido Liberal Nacional, que se había fundado en 1890, estaba también en la oposición.
El oficialismo “progresista”, al que pertenecían el expresidente Plácido Caamaño y el presidente Antonio Flores, que concluía su mandato, lanzó la candidatura del general Francisco Xavier Salazar, partidario de García Moreno, que había temperado sus inclinaciones extremas y representaba a ‘La Argolla’, como se llamaba al progresismo.
La postulación del general, lanzada desde Azogues, alcanzó rápidamente un sólido respaldo, al mismo tiempo que recrudeció la reacción de ambos extremos contra ‘La Argolla’. El Presidente y el progresismo se jugaban en esa oportunidad una dura y definitiva partida. Por ello, utilizaron todo el peso del aparato estatal para favorecer al candidato oficialista, que ejercía para entonces el Ministerio de lo Interior.
Caamaño, desde Guayaquil, apreciaba la situación de esta manera al dirigirse a sus partidarios de Quito: “En la Costa, según cartas y manifestaciones por la prensa, Salazar es acogido con entusiasmo; y en el interior, excepto Quito (cuya opinión está dividida) y el Carchi (en donde unos pocos se han adherido a Ponce); lo que es Loja, Cuenca, Cañar, Guaranda, León, Ibarra y Tungurahua, tengo en mi mesa testimonios importantes de personas influyentes a favor de Salazar. Ahora, solo falta que ustedes se unan allá en Pichincha y emprendan con empeño a coadyuvar el triunfo de la opinión (…) Es preciso que las filas que permanecen fieles no sean invadidas por los cismáticos poncistas.”
El candidato conservador “terrorista”
Los conservadores herederos del extremismo de García Moreno, a los que se llamaba “terroristas”, agrupados en el Partido Católico Republicano, lanzaron la candidatura de Camilo Ponce Ortiz, la más destacada figura de la oposición. Ponce llevó adelante una campaña enérgica y agresiva, utilizando su triunfo en el rechazo del Congreso a los contratos del ferrocarril como instrumento de enfrentamiento a Salazar. El Partido Liberal, por su parte, se dividió y no logró articular una candidatura propia.
Ninguna elección anterior había provocado tal movilización política. Los manifiestos, adhesiones y periódicos proliferaron. Decían los progresistas azuayos, en su periódico electoral: “Republicanismo leal y práctico, moderado y conciliador, hemos dicho que constituye el sistema de Gobierno que hoy nos rige; y como el ideal de nuestro partido político se cifra precisamente en el mismo sistema, hemos estado en nuestro derecho, y aún cumpliendo con nuestro deber, al proclamar la candidatura de uno de los personajes que con más brillo figuran en el seno de tal partido”.
Con el apoyo decidido y unánime de la jerarquía eclesiástica y al mismo tiempo, con la fuerza del “anticaamañismo”, el “antifloreanismo” y el “antisalazarismo” (tres apellidos con enormes resistencias) la candidatura “terrorista” alcanzó mucha fuerza y pareció que podía ganar.
El apoyo liberal
En un momento dado, Ponce aceptó el apoyo de un importante sector del recién nacido Partido Liberal Nacional para ganarle al progresismo. El liberalismo optó por el pacto con la derecha contra el temido y poderoso centro. En Quito y en Guayaquil, esta iniciativa alcanzó gran respaldo. Publicaba La Voz del Patriotismo:
“Nuestro voto.- Los infrascritos de la Sociedad Patriótica del Guayas, después de meditar detenidamente acerca de la situación política del país, hemos resuelto dar nuestros votos para Presidente de la República en el próximo período constitucional, por el eminente ciudadano Sr. Dr. Camilo Ponce. Enemigos del despotismo, de la oligarquía y las revoluciones; partidarios de las libertades, de la justicia y del progreso bien entendidos, hemos creído conveniente a los intereses nacionales apoyar la candidatura del ilustre ecuatoriano, que será la más firme garantía de respeto a las leyes y a todos los derechos legítimos”.
El voto estaba suscrito por un importante grupo liberal guayaquileño, en el que se encontraban Peña, Pólit, Morla, Luis F. Carbo, Roca y otros. Ante la acusación de que se había producido un pacto de conveniencia, el periódico poncista declaraba: “Guayaquil ha publicado su voto a favor de la candidatura del Dr. Ponce, a la que se han adherido muchos distinguidos liberales (…) esta no es la primera vez en que los liberales y los conservadores han obrado concordadamente sin acuerdos previos”.
La muerte del candidato progresista
En medio del debate eleccionario, Salazar se vio obligado a dimitir a su Cartera ministerial y enfrentar la campaña, pero Flores respaldó decididamente la postulación de Salazar, a quien llevó consigo a las fiestas de inauguración del monumento a Simón Bolívar en Guayaquil, a fin de que se promocionara. Inesperadamente murió el general en esa ciudad.
Esta circunstancia obligó a Caamaño y a Flores a buscar un nuevo postulante, que resultó ser Luis Cordero, importante figura de Cuenca. Cordero, que no tenía los antecedentes “terroristas” de Salazar y tenía una postura anticentralista y modernizante, atrajo a muchos liberales, que vieron en él una salida más o menos aceptable.
La elección de 1892 fue la primera prueba del recién constituido Partido Liberal Nacional. Con más de un año de anticipación se habían propuesto y descartado nombres. En Guayaquil, la Sociedad Liberal Democrática lanzó la postulación de Pedro Carbo. Este nombre era indiscutible, pero el veterano líder, viejo y enfermo, no se hallaba en condiciones de afrontar una elección. Mientras sus partidarios se enfrascaban en disputas por la prensa, los periódicos porteños anunciaban que Carbo había recibido el sacramento de la Extremaunción.
En Quito, dentro del Directorio Liberal Nacional, presidido Luis Felipe Borja, se debatían dos posiciones. La que sustentaba el nombre de Clemente Ballén, representante del Gobierno de Flores en Europa para las negociaciones del Ferrocarril y la Deuda Externa, y la que sostenía la necesidad de marchar junto a los conservadores para vencer a ‘La Argolla’. En las primeras deliberaciones del Directorio triunfó la primera posición, y se nombró candidato a Ballén. Pese a las insistencias y gestiones, Ballén -que se hallaba en París- se excusó y dejó al liberalismo sin candidato y en el callejón sin salida de buscar otro o de apoyar las postulaciones y lanzadas.
Luis Felipe Borja, junto con la minoría del Directorio Liberal Nacional de Quito y con el apoyo de un importante grupo guayaquileño (incluido buen número de carbistas), se lanzó por la candidatura de oposición y publicó su apoyo a Ponce. De esta manera, el “terrorismo” pudo lograr significativo respaldo en la Costa.
Decía el manifiesto a favor de Ponce suscrito por notables liberales del Puerto: “Unidos por el amor a la Patria, no obstante la diversidad de ideas y de principios políticos, queremos dar a la República el hermoso espectáculo de la concordia, prenda segura de la rectitud de nuestras intenciones y del firme propósito que nos anima de contribuir a la felicidad común (…) En situaciones excepcionales, como la que atraviesa la República, debemos esforzarnos porque prevalezca una sola escuela política: la de los hombres de bien de todos los partidos”.
El resultado de las votaciones
El Partido Liberal experimentó su primer quiebre. Un grupo de sus militantes apoyó a Ponce, otro respaldó la candidatura progresista. Los radicales liderados por Eloy Alfaro se mantuvieron al margen. Esta última creció cuando a la muerte de Salazar se lo reemplazó por Luis Cordero, que siempre se había denominado liberal y que, incluso, fue propuesto al Directorio Nacional como posible candidato.
En estas circunstancias se realizaron las elecciones, cuyos resultados fueron los siguientes: Luis Cordero: 36 557 votos, Camilo Ponce: 26 321 votos. El candidato conservador triunfó en varias provincias de la Sierra (Imbabura, Pichincha, Chimborazo y Loja). En las restantes de esa región, incluida Azuay, la diferencia obtenida por Cordero fue reducida. El triunfo progresista en la Costa, en cambio, fue contundente y definió la elección. La jerarquía católica que había respaldado a Ponce, soportó un duro golpe y radicalizó sus posturas extremistas.
Nunca antes se había dado un proceso electoral tan duro y lleno de novedades. Tampoco se había logrado una votación que superara los 60 000 votos. El ‘siglo de las luces’ terminaba y el predominio del conservadorismo también.
*Enrique Ayala Mora, historiador y docente de la Universidad Andina, Presidente del Colegio de América, Sede Latinoamericana.