Jéssica Santillán imparte clases, los jueves, en la escuela Numa Pompilio Llona, en el norte. Foto: Jenny Navarro/ EL COMERCIO
A los 45 años, Marlene Núñez se vuelve a sentir estudiante. Saluda con un “Alli chishi” (buenas tardes, en quichua) a sus compañeros, para practicar la pronunciación.
Todos lo hacen en la clase. Del idioma lo más complicado, según dice, es memorizar estructuras diferentes. Ella los llama aglutinamientos, que dan lugar a palabras largas. Por ejemplo: “haku mikunkapak” (vamos a comer).
Desde el 13 de abril, Día del Maestro en Ecuador, 250 profesores de planteles bilingües del Distrito Metropolitano de Quito aprenden esa lengua. El quichua es el idioma principal o materno para una buena parte de sus estudiantes.
Durante 15 años, Marlene ha sido profesora de la Escuela Intercultural Bilingüe Salomón Kim, en la Ciudadela Ibarra, en el sur. Y, aunque ha aprendido algunas palabras en cursos esporádicos, es la primera vez que es parte de una capacitación oficial.
Tiene tres hijos de 18, 15 y 8 años, a los que necesita dedicarles las tardes, luego de su trabajo. Pero siente que vale la pena sacrificar unas horas para preparar mejor a sus educandos.
“Nos toman pruebas y nos envían tareas. Aquí somos los alumnos”, relata. Por eso, utiliza sus horas vacías en la Escuela Salomón Kim, para memorizar vocabulario y hacer deberes. Los profesores asisten dos días a la semana a la Escuela Numa Pompilio Llona, en las calles Inglaterra y Cuero y Caicedo, en el norte. Cada día reciben 3 horas de instrucción.
Carmen Tene, directora Zonal de Educación Intercultural, cuenta que se trata de una especie de programa piloto que, posteriormente, se replicará en todo el país. Durará nueve meses, 320 horas. Según ella, en la capital, entre el 60 y 70% de profesores de establecimientos interculturales bilingües eran monolingües, es decir, solo hablaban español.
“La mayoría es mestizo. Estaban un poco nerviosos. Pero también motivados. Nos concentramos en fortalecer su identidad, diciéndoles de dónde venimos, que no son más ni menos que los indígenas, afros, montubios…”, apunta Tene.
Laura Espinoza lleva 13 de sus 36 años ejerciendo la profesión de docente. Ahora, trabaja en la Escuela Intercultural República de Nicaragua, en Calderón.
Está a cargo del tercer año de Educación Básica. “A mí me parece bueno aprender el idioma para enseñar a los niños nuestras raíces”, comenta.
Según ella, el quichua es un idioma suave, amable, cariñoso. Los instructores les hacen interiorizar eso. Con los conocimientos que ha adquirido, Espinoza ya les enseña a sus estudiantes los saludos, colores, partes del cuerpo…
Jéssica Santillán, de 24 años, es otavaleña. Aunque se graduó de licenciada en Comunicación es una de las cuatro instructoras del programa. No se siente la profesora en el aula.
Dice que todos son ‘mashis’ o compañeros. Sonríe cuando recuerda que a los costeños se les complica pronunciar ‘sh’, lo cambian por la ‘ch’. No dicen Alli chishi sino Alli chichi (buenas tardes). Y se pone seria para contar que una de las participantes tiene raíces Quitu-Caras. El proceso le ha animado a volver a usar su traje tradicional indígena.
Su padre, Alberto Santillán, de 54 años, también es capacitador. Él sostiene que enseñan tres niveles: básico, intermedio y avanzado. “Como cualquier idioma -reitera- requiere práctica, ejercicios y constancia”. Admite que para el hispanoblante, el aprendizaje es un poco complicado porque los movimientos de la lengua son diferentes. Hay 18 grafías, tres vocales y 15 consonantes.
Liliana Quispe, de 24 años, es licenciada en Educación Primaria. Estudió a distancia en la Universidad de Guayaquil. Es profesora de la Escuela Lationamérica Unida, en Guamaní.
Tiene 36 alumnos de segundo de Básica. Su padre y su madre le enseñaron el idioma nativo, ya que nació en Chimborazo. Según ella asiste animada a las clases del último nivel, porque le interesa aprender el quichua unificado y las nuevas formas de escritura.
En Quito, funcionan 16 instituciones de educación intercultural bilingüe, con un total de 5 240 estudiantes y 250 profesores. Estos últimos, de modo obligatorio, son parte de estos talleres para aprendizaje de quichua.
Según Jéssica Santillán, su tarea no es solo enseñar el idioma sino eliminar prejuicios en torno al quichua.
Las profesoras le han contado que los padres de familia no les hablan en esta lengua a sus hijos, porque sienten que no vale, como resultado de una historia de exclusión. Estos profesores vuelven a las aulas para aprender un idioma ancestral que gana espacio.
En contexto
250 profesores de escuelas interculturales del Distrito Metropolitano vuelven a clases para aprender o perfeccionar el quichua. Esto les servirá para comunicarse de mejor manera con sus alumnos que, en su gran mayoría, lo tienen como su lengua materna.