En medio de una calle en ruinas, devastada por la inclemencia de la guerra, se encuentran dos adolescentes, uno es palestino y el otro israelí; los dos están iracundos, pero cuando sus miradas se encuentran reconocen de inmediato esa humanidad compartida. De la nada, aparece un hombre mayor que asesina al joven palestino a sangre fría.
La espectadora de esta escena es Mona Juul, funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores de Noruega. La imagen, que en 30 segundos, dice más del interminable conflicto entre Israel y Palestina, de lo que podrían hacerlo cientos de documentos oficiales, es lo que la impulsa a promover uno de los encuentros más inesperados de la historia.
Juul, interpretada por Ruth Wilson, y su esposo Terje Rød-Larsen, encarnado por Andrew Scott, son dos de los protagonistas de ‘Oslo’, una película que se estrenó hace unas pocas semanas en HBO.
El filme, que es una adaptación de la obra de teatro homónima que J.T. Rogers presentó en el 2016, cuenta cómo se iniciaron las conversaciones para llegar a la firma de los Acuerdos de Oslo, en el que participó el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, en 1993.
El encuentro entre Rabin y Arafat fue el colofón de una historia que, como se cuenta en la cinta, comenzó con una reunión secreta, fuera del radar de Estados Unidos y la Unión Europea, entre Ahmed Qurei, ministro de finanzas de la OLP, y Yair Hirschfeld, un profesor israelí de economía, en un hotel de Londres.
Al inicio, este acercamiento, promovido por Jull y Rød-Larsen, resulta frío y lleno de tensiones y no es para menos; Qurei y Hirschfeld son dos hombres que cargan sobre sus espaldas una historia de desencuentros, de violencia y de muertes, que posiblemente se hubieran evitado si ese encuentro llegaba antes.
Si bien la cinta, dirigida por Bartlett Sher, le regala al espectador un contexto histórico sobre el conflicto entre Palestina e Israel, a través de las demandas que Qurei y Hirschfeld van soltando en sus reuniones posteriores, en una mansión ubicada a las afueras de Oslo, los movimientos de su cámara, sobre todo, los primeros planos y los ‘zoom’ apuntan hacia otra dirección.
Sher quiere que veamos lo que es evidente, pero que en algún punto de la convivencia humana se distorsionó: que indudablemente el encuentro y el diálogo son el mejor camino para intentar superar los conflictos y las diferencias, hasta esas que parecen insalvables, y que insistir en esos caminos siempre será mejor que llevar a dos adolescentes a elegir entre la vida y la muerte, en medio de una calle devastada.
Fuera del cine hay dos figuras que durante muchos años apostaron por este camino, uno fue el crítico, teórico literario y musical y activista palestino Edward Said y el otro el escritor y periodista israelí Amos Oz, autor de un libro que lleva por titulo ‘La cuentas aún no están saldadas’, en el que aboga por una posible solución para acabar definitivamente con el eterno conflicto entre Israel y Palestina.
En un pasaje de este pequeño texto, la transcripción de su última conferencia en el auditorio de la Universidad de Tel Aviv, Oz reflexiona sobre las razones por las que esta tan anhelada paz aún no se ha concretado. El autor sostiene que desde hace varias décadas palestinos e israelíes están librando dos guerras. “El pueblo palestino libra una guerra por su derecho a ser libre en su tierra y, al mismo, tiempo otra para que nosotros no tengamos derecho a ser un pueblo libre en la nuestra. Y nosotros lo mismo, el pueblo de Israel libra una guerra por ser libre en su tierra y, simultáneamente, libramos otra porque queremos dos habitaciones más en la casa, a costa del vecino”.
Esas guerras de las que habla Oz fueron las que muchas veces empantanaron los diálogos en la mansión de Oslo. Sher muestra cómo Qurei y luego Uri Savir, ministro de Relaciones Exteriores de Israel, volvían a ellas cada vez que sentían que sus demandas no estaban siendo puestas a consideración; fricciones etéreas que cobraron corporeidad, cuando Mona Juul les comentó sobre el encuentro que había visto entre el adolescente palestino y el israelí. Para ese momento, inicios de los años 90, israelíes y palestinos coincidían en que la sangre derramada de lado y lado ya había sido suficiente. Terminar con esas muertes se convirtió en el norte de sus reuniones en la fría Noruega.
La cinta termina con un montaje de imágenes de archivo de los eventos posteriores a los Acuerdos de Oslo. En una aparece Rabin diciendo “Nosotros, que hemos luchado contra ustedes, los palestinos, les decimos hoy, en voz alta y clara: ‘basta de sangre y lágrimas, basta”.
Asimismo, hay otra imagen que hace referencia al asesinato de Rabin en 1995; y otra sobre Jerusalén como un punto de fricción para avanzar en los diálogos.
Gracias a los Acuerdos de Oslo, firmados entre 1993 y 1995, Israel se comprometió a una retirada gradual de sus fuerzas de diversas zonas de la Franja de Gaza y Cisjordania, reconociendo el derecho de los palestinos al autogobierno en dichas zonas, mediante la creación de la Autoridad Nacional Palestina.
Por su parte, la OLP reconoció formalmente al Estado de Israel y se comprometió a asumir de una manera responsable la seguridad en los centros de población que se viesen liberados de la ocupación israelí. Con el paso del tiempo estos acuerdos, quizás por la ausencia de líderes realmente empeñados en promover la paz entre sus pueblos, quedaron en el papel. En el 2000 llegó la Segunda Intifada, una oleada de violencia que volvió a cobrarse cientos de vidas.
Hace unas semanas, imágenes de esa violencia volvieron a recorrer el mundo; niños desvalidos deambulando por ciudades destrozadas; vidas rotase a la espera de que los líderes de Israel y Palestina vuelvan a dialogar en Oslo o en cualquier ciudad del mundo.