Un estudio bien cimentado de dos obras importantes del grupo Malayerba, ‘Jardín de Pulpos’ (1995) y ‘Ana, el mago y el aprendiz’ (1997), bajo el título de ‘Continentes de la memoria social del siglo XX de Ecuador y América Latina’, se presentó hace dos semanas en la casona de tres pisos donde funciona la escuela. Su autor es Santiago Villacís, quien lleva 22 años junto a la agrupación y actualmente trabaja allí como profesor del laboratorio.
Ambas obras fueron escritas por Arístides Vargas, quien llegó al Ecuador como consecuencia de la dictadura argentina, en los 70. Junto a Charo Francés, exiliada de España; Pepe Rosales, quien evadió la dictadura chilena; Susana Pautasso y María Escudero, de Argentina, fundaron en el 79 el grupo Malayerba, cuya trayectoria le ha distinguido como uno de los más importantes de Iberoamérica.
En seis capítulos, estructurados a manera de cortos ensayos, el autor relaciona los temas de ambas obras y trata de precisar cómo la memoria se hace presente en cada una de ellas.
Para reforzar su estudio, Villacís decidió“contrastarlas con otras dos obras, ‘Nuestra señora de las Nubes’ y ‘La Razón Blindada’, que fueron escritas en 1998 y 2005”. Eso, según explica, para contar con una línea de tiempo más extensa, que permita analizar también “la evolución estilística y creativa” del grupo.
Estudios de Jaques Legoff, Michael Pollak, Elizabeth Jelin, Tzvetan Todorov, entre otros, sostienen los argumentos que presenta Villacís. La memoria “permite interpretar la realidad”. A partir de instituciones como la familia, la religión y, determinadas por la clase social, las personas reordenan su mundo y reconstruyen su pasado, no siempre con exactitud, en una intensa búsqueda por “reafirmarse y recobrar el sentido de su identidad”. En las obras analizadas, esa búsqueda se hace patente a través de la puesta en escena, los diálogos de los personajes, la estructura de las obras y la poética de Vargas.
En el segundo capítulo, La temporalidad compleja de la memoria, se analiza la percepción subjetiva del tiempo al momento de recordar. Villacís aborda las obras de Arístides y explica cómo esa percepción distorsionada del tiempo está presente en sus estructuras. Analiza la manipulación del tiempo como mecanismo de poder, su relación con el exilio y la necesidad de “recuperar la memoria como mecanismo de resistencia”.
A continuación, hace un acercamiento a la perspectiva política de la memoria y a la necesidad del relato. Al vincular el discurso con el poder, recuerda que “la memoria es siempre un campo en disputa”, y enfatiza en la capacidad que esta tiene para convertirse en un “mecanismo de lucha contra las injusticias”.
Continúa con un capítulo dedicado a las mujeres, en cuanto contenedoras y transmisoras de la memoria. Voces críticas de la sociedad que han sido expuestas a mecanismos de poder, los cuales no han logrado ocultar el papel trascendental que han jugado a través de la historia.
El estudio prosigue con un análisis más profundo, para el que el autor usa una categoría de Michel Foucault: las heterotopías. Estas son lugares a los que recurre una cultura o un grupo social, que no están en la realidad, pero permiten repensar y reestructurar constantemente el pasado. Lugares metafóricos que hacen posible que las obras del grupo no se limiten a la realidad de un país, sino que puedan entenderse en toda Latinoamérica y el mundo.
Todas estas aproximaciones permiten que el público se acerque al trabajo teatral ecuatoriano. Para Villacís, “el libro se constituye como un documento de la memoria”. Es importante en cuanto es un primer paso hacia un trabajo continuado de producción de documentos sobre teatro, que hay poco, y está dirigido a teatreros”.
Al hablar sobre la memoria, Villacís trata la característica esencial (la poética) de Malayerba, que se formó en respuesta a las injusticias vividas por sus fundadores en tiempos de dictadura. El exilio, el desarraigo -como se menciona en el libro- van acompañados de procesos de cambio en los que interviene el dolor. Lo esencial: no perder la memoria.
El libro recoge siete importantes fotografías de las obras, representadas por La Trinchera, de Ecuador, y Teatro Rodante, de Puerto Rico. Incluye también un significativo collage, realizado por Elena Vargas y las ilustraciones de Pepe Rosales, uno de los mejores vestuaristas del país.