Llano Grande, en el norte de Quito, no deja morir el idioma kichwa

La iglesia central es uno de los puntos de encuentro de la comunidad. Al momento están pavimentando la vía principal. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Es como si Llano Grande fuese de otra época. Por sus calles es común ver casas de adobe y aún hay familias en las que la abuela prende el fogón para cocinar a leña. 

Pertenece a Quito, pero el 50% de sus habitantes aún habla kichwa. En el Día de los Difuntos, llevan alimento al cementerio para compartir con los que no están. 

Está ubicada a metros de un moderno centro comercial, pero es un poblado en el que todavía la gente conversa con sus muertos. 

Llano Grande es una de las cinco comunas ancestrales de Calderón, y su gente se niega a dejar morir sus raíces. Allí se sienten orgullosos de tener origen Quitu Cara y buscan fortalecer su identidad.

Alberto Suquillo, presidente de la comuna, cuenta que aún mantienen viva la tradición de elaborar figuras con mazapán y al bordado.

Casi todas las familias cuentan con alguien que heredó el arte de sus abuelas. Recuerdan que cuando iban atraer el agua de la sequía, llevaban el bordado y lo trabajaban mientras caminaban.

El idioma ancestral

Enrique Tasiguano es nativo de Llano Grande. A sus 78 años, trabaja por la recuperación y el fortalecimiento de la cultura. Lidera el centro Kitu Samay Wasi donde desarrollan proyectos culturales para mantener la idiosincrasia nativa originaria. Se reúnen con dirigentes ancianos y mayores para buscar la forma de poner al kichwa en vigencia y que no desaparezca. 

Tasiguano admite que buena parte de la población es foránea. Calcula que unos 7 000 forman parte medular del indigenado y mantienen su propia forma de vivir y sus festividades. Celebran el Koya Raymi (septiembre), Kápac Raymi (diciembre), Pawkar Raymi (marzo) y el Inti Raymi (junio). 

Durante los festejos, la comunidad se une y prepara comidas como el uchucuta, es decir, granos tiernos cocidos con ají. Cada familia lleva ingredientes y los cocinan en grandes pailas que luego se reparten entre propios y visitantes.   

La historia del Tasiguano cuenta que entre 1780 y 1800 se dio una dominación total del kichwa. Aparecieron los primeros estudiosos españoles que empezaron a hacer diccionarios y recopilaciones idiomáticas.

Ellos pusieron en vigencia la existencia de este idioma, el único que logró sobrevivir por imposición, asegura Tasiguano.

No se cansa de recalcar la belleza del kichwa. Las tres palabras con más fuerza de su idioma son: shungo, que significa corazón; uma, cerebro; y ayllu, familia. 

Enseñó kichwa desde su época colegial. Recuerda que, en el Juan Montalvo, a sus 16 años, instruyó a dos profesores. Ha dado clases en universidades y a extranjeros. Ha compartido este conocimiento con al menos 600 alumnos canadienses y más de 3 000 ecuatorianos. 

Hace tres años abrió, en su casa, el Kitu Samay Wasi, donde además de hacer música, danza, y tener conversatorios, funciona una escuela de kichwa. Motivan a los más jóvenes a practicar el idioma y no dejar que desaparezca.

La riqueza del rito

Cuando alguien muere, el velatorio empieza en la casa para que sus seres más cercanos puedan despedirse en confianza. Allí se sirven alimentos; quienes llegan entregan una ofrenda. Al tercer día trasladan el cuerpo al panteón. Y, durante el entierro, comparten alimentos que las personas llevan. Luego, regresan a la casa del difunto para servirse otro plato de comida en su honor.

Los moradores saben de su riqueza cultural, pero también admiten que falta atención por parte de las autoridades. Al momento se está pavimentando la vía principal, pero el resto de los caminos es de tierra o empedrado.

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