En 1650, Quito atravesaba por una intensa temporada de lluvias que amenazaba con dañar a los cultivos. Frente a eso, el Cabildo veía que era “necesario” que se traiga la imagen de la Virgen de Guadalupe para ofrecerle una novena en la Catedral, y poner así fin a esta situación. Un año más tarde, el mismo Cabildo propuso otra novena a la misma Virgen, para que cesara la sequía que afectaba a la villa.
Esta es una de las tantas historias curiosas que ha recopilado Nicolás Cuvi en su más reciente libro: ‘Historia ambiental y ecología urbana para Quito’ (Flacso Ecuador – Abya-Yala).
Sin lugar a dudas, esta es una de sus obras más potentes en la que, precisamente, hace un exhaustivo repaso del pasado de la ciudad para analizar cómo ha sido su relación con la flora, la fauna, el diseño urbanístico, los parques, las quebradas, el agua, etc.
Cuvi, biólogo y experto en historia de las ciencias, crea una publicación para dos tipos de públicos. Por una parte, es un libro para quienes quieren saber cómo ha sido la relación de Quito, de su gente y autoridades respecto de la naturaleza.
Él aborda cuestiones tan elementales como el rechazo colonial a las especies de flora nativa en el espacio público, con miras a plantar árboles propios de los jardines del Viejo Continente, para que los conquistadores y los ciudadanos puedan sentirse como en Europa.
También se adentra en los pasajes de una historia más moderna, en la cual la expansión de la vieja ciudad hacia horizontes más allá de La Magdalena o El Ejido trajo consigo problemas urbanísticos. En estos sitios del nuevo Quito, el relleno de quebradas, la falta de planes efectivos de desarrollo territorial con enfoque verde o, simplemente, la preferencia de la ciudadanía por el cemento gris han sido constantes especialmente en el último siglo.
En el segundo grupo de lectores están aquellos que buscan una mirada crítica desde el pensamiento socioambiental. Aquí, Cuvi hace un repaso a las epistemologías que han ido construyendo la idea de ciudad en Quito. Y en medio de ideas que se han ido cocinando a lo largo de varios lustros, como investigador social y científico, él expone algo muy decisivo: “Conservar la naturaleza no es administrar algo en ‘equilibrio’ o ‘armonía’, o restaurar patrones del pasado. Implica gestionar el equilibrio inestable o dinámico, los largos tiempos que requiere la naturaleza para autorregularse”.
Frente a este desafío, Cuvi toma una postura clara: “Se requiere construir la ciudad para el Ecoceno, una era en la que la preocupación central no será el desarrollo o crecimiento sostenible, sino la ecología y el mantenimiento de toda la vida”. Para él, la urbe ya no solo es ese punto de encuentro para los ciudadanos, sino es un espacio de múltiples interacciones.
De sus siete capítulos, distribuidos en más de 400 páginas, el último requiere de una especial lectura para las actuales generaciones. Como lo expone, es momento de que el quiteño exija su derecho a la naturaleza; que dejemos de ser una ciudad depredadora.
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