El habla del teórico magnificada por el micrófono, su voz hecha de palabras y de criterios. Tras ella: el estudio, el libro maltrecho por las horas de lectura, el nacimiento de una idea, la propuesta de reflexión, la estructura de la ponencia… Del otro lado de la mesa, la audiencia, pensativa y atenta la mayoría de las veces.
Así se podría describir la imagen que recibía a quien abría la puerta, de cualquiera de los cinco auditorios de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), donde se realizó la séptima edición del Congreso Internacional de Literatura: Memoria e imaginación de Latinoamérica y el Caribe. Una cita que durante tres días y con más de una treintena de mesas se abrió a la discusión y a la generación de conocimiento.
Aunque no llegaron todos los 132 ponentes, lo más interesante del congreso fue el conocer diversas propuestas de lectura, propuestas que se definieron por su enfoque interdisciplinario y que permitieron enterarse de novelas, relatos, poesías y autores desde las líneas de lo científico, lo social y lo humano. En los pasillos de la Universidad Católica resonaba el español con sus dejos mexicanos, argentinos, colombianos, peruanos, caribeños; incluso italianos o franceses… Los lugares de la mesa lo compartían el maestro sexagenario y el egresado que vive sus veinte.
Ya en una sala una ponente elevaba la voz para entonar un amorfino, ya en otra el acento de un argentino repasaba las obras teatrales que se hicieron al asedio de los fantasmas de la dictadura… Había quienes giraron sobre los mitos y las culturas ancestrales de la región y quienes repensaban las relaciones de las letras ecuatorianas con la literatura mundial mediante la traducción. Si estuvo el conferencista, cuyo estudio versó sobre la poesía barroca, estuvo también el ponente que decía literatura, como quien dice subversión. Asimismo los hilos de la historia y la filosofía se tejieron en el mismo telar de la literatura.
Pero sobre las posibilidades abiertas por las temáticas estuvo una renovada capacidad de oírnos. Las ponencias se inclinan por la escucha activa; así la audiencia se ve en la necesidad de pausar el ritmo de sus días para esforzarse en comprender lo que el ponente enuncia. Solo así el intercambio funciona y la pregunta, el aporte o la duda se vuelcan en el auditorio, una vez abierto el foro y el debate… “Por los derroteros de la oralidad y la escritura” rezaba el afiche, y ambos recursos estuvieron para el intercambio.
El auditorio no fue espacio exclusivo de la ponencia, también estuvo el recital poético y -según Vicente Robalino, coordinador nacional del congreso- el furor que causó la presencia de la poeta mexicana Tedi López Mills. Cuando el auditorio cerraba sus puertas, el congreso seguía porque procuraba un real encuentro: los expositores más allá de las letras, compartiendo experiencias .
Robalino, satisfecho, habla del alto nivel de investigación para las ponencias, del espacio propicio para la motivación de la crítica y del evento como potenciador de más congresos e intercambios… Bienvenidos sean.
Puntos de vista
León Espinosa. Catedrático
‘Se recuperó la oralidad’
El aporte (del congreso) ha sido significativo porque se ha recuperado la oralidad, que fue el centro del congreso, y que trata de reivindicar la historia de Latinoamérica. Al realizarse la séptima edición, creo que esta cita fue importante para reposicionar a la academia ecuatoriana en el ámbito de los estudios literarios y los culturales; esa reposición se da pues el conocimiento se actualiza en el diálogo que pueden tener los distintos académicos en sus especialidades. La confrontación y el debate son adecuados para generar conocimiento.
El congreso afianzó una trayectoria y estableció nexos entre los expositores y las escuelas. Se ha conformado una red que quiere permanecer para potenciar estas visiones sobre la literatura. Las ponencias han sido diversas; cada uno de los participantes ha enriquecido desde su ámbito. Se ha podido hablar desde la biología, la historia, la mitología… desde distintas actitudes.
‘Buen espacio de encuentro’
Sebastián Armas. Estudiante
La importancia de que el congreso se realice en la universidad está en que los estudiantes se acercaron a las ponencias y tuvieron la facilidad de enterarse de un montón de cosas; porque los profesores y las temáticas se han preparado con mucho estudio.
Las ponencias han ayudado a mi formación pues están dentro de la academia y porque es como si tuviéramos nuevos profesores que nos dan clases. Además hay la posibilidad de hablar con los poetas y críticos invitados: un enriquecimiento intelectual; fue un buen espacio de encuentro entre críticos, profesores y estudiantes.
Entre las ponencias destacadas del congreso estuvieron las de Narrativa ecuatoriana I y la de Traducción y creación.
Las ‘Acotaciones’, de Valencia
Dentro del congreso se dio el lanzamiento del poemario ‘Acotaciones’, del escritor mexicano Édgar Valencia (Torreón, 1975). El libro ganó la convocatoria bienal de Gescultura, sello que cobija esta publicación dentro de su colección La lira de Orfeo.
La experiencia de escritura de Valencia viene dada por su actitud contemplativa, seguida por la construcción de la imagen y un tono rítmicamente descriptivo. Pero sobre esa experiencia está la propuesta de un autor que arremete contra el canon y sus persistentes clasificaciones en géneros.
Esto porque ‘Acotaciones’ se hace de una prosa poética en un orden dramático.
El gran teatro del mundo y la vida como una representación están en los textos; es decir, la cotidianidad como una puesta en escena y el personaje como una proyección del yo poético en el ‘otro’.
Acaso para referirse a la estructura aristotélica, Valencia ha divido su libro en tres partes. La primera, ‘Acotaciones para un astrónomo a quien llega un mensaje’; la segunda, ‘Intermedio para un teatro medianamente lleno’; y tercera, ‘Acto seguido’, parte que se arma a su vez de siete escenas y un monólogo.
En juego con los textos del poeta se hallan los epígrafes que usa: frases de Cortázar y Pizarnik, de Valle-Inclán y Mishima.