En 1804, en un París pleno de fanfarria napoleónica, en medio de fiestas y galanterías, Simón Bolívar conoció, en un refinado salón de tertulia, al sabio Humboldt. A la sazón, ambos eran jóvenes; el caraqueño rebasaba apenas los 21 años, en tanto que el prusiano no tenía más de 35. No tardó el venezolano en darse cuenta de que aquel ilustrado trotamundos que acababa de llegar de América sabía muchísimo acerca de esos pueblos que en Europa empezaban a ser identificados como “los hispanos de América”; más, mucho más que los españoles que los habían gobernado por cerca de tres siglos. Imbuido de curiosidad científica, Humboldt había caminado de norte a sur por la fragosa geografía americana. En sus viajes y aventuras no solo había arriesgado la vida, acumulado fatigas y experiencias, esguazado ríos, penetrado en opresivas selvas, analizado flora y fauna exóticas , también había observado costumbres e intercambiado opiniones con americanos de todos los estratos. De todo ello sacó una conclusión: estos pueblos estaban maduros para la independencia. “Lo que no veo –añadió en tal ocasión-, es al hombre que sea capaz de llevar adelante tan alto designio”. A lo que Bonpland (colega y contertulio del prusiano) observó: “Las mismas revoluciones producen grandes hombres dignos de realizarlas”.
Las conversaciones que luego tuvieron entre ellos, tanto en Francia como en Italia, fueron decisivas para que el joven Bolívar decidiera cuál iba a ser su camino futuro: luchar por la libertad de los pueblos americanos.
En Humboldt pudo el caraqueño conocer a un hombre con “universalidad de conocimientos”, ideal que él aspiraba a alcanzar; a la personificación de aquello que entonces era la culminación de la cultura europea: la Ilustración. La ciencia se unía así a la lucha por la libertad de estos pueblos; una admiración por Europa que no impedía el rechazo a su colonialismo. La cosmovisión propuesta por Cassini, Kepler, Copérnico y Newton permitió abrirse a otras utopías: la independencia por la que lucharon Bolívar, Nariño, Espejo, Olmedo y Mejía.