Capilla de San José de El Tejar. Ahí reposan los restos de Eugenio Espejo, al igual que los de otros personajes de la historia nacional. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO
“Desde los primeros años de la fundación de Quito, poseían los mercedarios en las faldas del Pichincha, unos cuantos solares… En estos (sitios) construyeron un tejar, y junto al horno donde asaban los ladrillos y las tejas, levantaron una capilla muy pequeña, en la cual se veneraba una imagen de la Santísima Virgen pintada en la pared…por los años 1740, comenzó a hacerse célebre El Tejar de los padres de la Merced, porque en la Cuaresma se recogía en aquel sitio un fraile, cuya vida austera y penitente tenía a toda la provincia admirada..” (González Suárez, Historia General de la República del Ecuador, p. 486).
Este religioso fue Francisco de Jesús Bolaños, nacido en Pasto-Colombia, el 4 de octubre de 1701. Ingresó al Convento Máximo de la Merced de Quito en 1715, y dio claras muestras de santidad por su vida recatada y profundamente espiritual. (Joel Monroy. Relación del Venerable Siervo de Dios, Fr. Francisco de Jesús Bolaños, Quito, 1918, p. 10).
En 1733, el padre Bolaños tuvo la idea de construir la “Recolección de El Tejar” destinada a “convertirse en un lugar de retiro espiritual” aprovechando que se localizaba en las afueras de Quito. Al no tener recursos, y para motivar la piedad y apoyo de los quiteños, vendió el único libro que era de su propiedad en “doce reales”, valor con el que inició tan importante obra material.
Con el paso del tiempo, esta casa se convirtió en “Casa de Misiones”, de la cual habrían de partir varios religiosos hacia la región del Putumayo. Fueron pioneros en incursionar en estas inhóspitas tierras orientales, y fueron, a su vez, los primeros en levantar planos e informes geográficos, los que, años más tarde, servirían, entre otros documentos, para definir los límites entre Ecuador y Colombia. Estos datos se hallan, muchos de ellos inéditos, en el archivo del convento de El Tejar de Quito.
A comienzos del siglo XIX, la ermita mercedaria ya era célebre, por cuanto tenía fama no solamente por ser un lugar de recogimiento, sino por cuanto el prócer Eugenio de Santa Cruz y Espejo, pocos días antes de morir, pidió que su cadáver fuera enterrado en la capilla de San José de referido convento, “con el hábito de la religión de La Merced, el 28 de diciembre de 1795”. (“Libr. Drio. Rclccion del Tejar, mes de dbre. del a.d.S. de 1795”. Archivo histórico convento de El Tejar, de Quito, fol. 78).
En octubre del mismo año 95, el padre José Pérez, comendador de la recolección, establecería de forma definitiva el cementerio para “indígenas, mestizos y pobres de la ciudad en terrenos ubicados tras la iglesia…” (Ibíd. fol. 64).
Cuando el 10 de agosto de 1809 se produjo la revuelta patriota, los clérigos y religiosos de Quito asumieron posturas encontradas: unos a favor de la revolución; otros en contra. De entre los primeros, hallamos a varios mercedarios; los padres Guerrero y Albán fueron quienes más se destacaron: el primero, formando parte del nuevo Gobierno de Quito; y, el segundo, por haber entregado toda la tubería de plomo que conducía las aguas para el convento traídas desde el Pichincha, para la fabricación de proyectiles y defender a la capital de los ataques de Sámano. Por esta razón, las autoridades reales tuvieron serios disgustos con los religiosos patriotas.
Años más tarde, el 15 de junio de 1812, el viejo conde Ruiz de Castilla, expresidente de la Real Audiencia de Quito, decidió retirarse del servicio público y allegarse al convento de El Tejar. De ese lugar fue sacado violentamente por una turba enfurecida, ya que fue causante de la tragedia del 2 de agosto de 1810. Días más tarde murió y fue enterrado en una de las criptas de ese monasterio. También en el sitio se hallan las cenizas de Manuela Cañizares, de Mariana Carcelén de Solanda, esposa que fue del mariscal Antonio José de Sucre, así como de su segundo marido, Gral. Isidoro Barriga, para citar algunas celebridades.
Cuando se produjo la Batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, “varios de nuestros frailes acudieron presurosos a prestar auxilio espiritual a los numerosos heridos tanto patriotas como realistas que se hallaban en las breñas del cerro, a pesar de no haber intervenido en la batalla, pero fuimos enviados por el Rvdmo. P. Fray Antonio Albán a socorrer a los caídos…tres de nuestros frailes fueron designados para cumplir el pedido de un oficial al mando de S.E. el señor General A.J. de Sucre para que prestemos atención a un infeliz muchacho que no tendría más de diez y ocho años de nombre Abdón Calderón, morlaco, cuyo cuerpo se hallaba totalmente ensangrentado y destrozado. Los frailes lo bajaron desde la pendiente del monte en una ruana y lo trajeron hasta este nuestro convento de El Tejar: aún estaba con vida y hubo que administrarle los sacramentos…..cuando eran las dos y media de la madrugada, había muerto… luego los religiosos lo sacaron del convento y lo llevaron a la ciudad…”.
“Con el paso de los días, el cadáver de citado y valeroso joven fue enterrado en la catacumba de la capilla de San José, habiendo sido traído desde el Hospital de la Misericordia para su sepultura, de la cual fue sacado tiempo después…”… “Informo a V.P. Rvd. que en el transcurso de este día (25 de mayo) hemos enterrado en la fosa común a más de 200 cadáveres de soldados sin distingo de lealtad (patriotas y españoles) y siguen llegando muchos más. De entre los oficiales del ejército libertador, a quienes se les ha dado sepultura en los nichos de la iglesia, constan: Capitán Ignacio Cabal y Teniente Domingo Ramírez, del batallón Cazadores del Paya, Capitanes José Castro y Manuel Álvaro, Teniente Antonio Molina y Subteniente Manuel Arango, del batallón Yaguachi. También a los frailes Francisco de la Natividad, capellán de batallón Cazadores del Paya y Fray José Mariano del Rosario, capellán del batallón Yaguachi, ambos de la Orden de Predicadores: el uno natural de Ambato y el otro propio de Quito, así como de otros oficiales que no conocemos sus nombres por no haber sido reconocidos por los jefes…” (Documentos personales del P. Joel Monroy sobre la batalla de Pichincha. Archivo Convento Máximo de la Merced de Quito. Cfr. . P. Luis Octavio Proaño, en “Joyas de nuestra Orden Mercedaria”. Inédito).
Conforme la afirmación de Carlos Manuel Larrea consignada por el padre Proaño en su libro sobre El Tejar (p. 312), en las torres de esta iglesia flameó por vez primera el pabellón de Colombia, luego del combate de Pichincha; en igual forma, Sucre se alojó la noche del 24 en una celda del citado convento, para luego, el día 25 realizar, entre otras cosas, un solemne Te Deum en agradecimiento a la Virgen de la Merced por su victoria del día anterior, declarándola “Patrona de las Armas Vencedoras en Pichincha”.
Indudablemente, el convento de El Tejar de Quito es una de las joyas más importantes de la capital, no solo por su hermosa arquitectura sino porque encierra verdaderos capítulos de la vida nacional que aún no han sido del todo esclarecidos dentro del panorama histórico de nuestro país.
* Doctor en Historia. Numerario de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica.
La oración de Sucre tras el triunfo
El Dios de Colombia, protector de la verdad, de la Justicia y siempre infalible en sus promesas acaba de confirmarlas con la experiencia de nuestros ojos (…) El memorable suceso del 25 de Mayo último aquieta nuestro palpitante pecho, termina nuestro llanto y hace que amanezcan como la hermosa aurora, nuestras duodenarias esperanzas.
¡Ah! Quién lo creyera sin haber sido espectador de un acontecimiento tan interesante, tan deseado, tan prodigioso y estupendo. Sí, una sola victoria disipa los rayos que sin duda habrían pulverizado nuestros hogares desprendiéndose sobre nuestras cabezas y agostado nuestras campiñas. Esta sola batalla quebranta de un golpe en nuestro afortunado suelo el cetro de la tiranía, el yugo de la opresión, las cadenas de la esclavitud, y de la ignominia (…).
Día venturoso, último de nuestros infortunios, primero de nuestra luz y de nuestra gloria, principio de nuestra vida natural y civil. Día precioso señalado en los designios eternos para nuestra transformación política. Período feliz en que Colombia como madre amorosa ha congregado a expensas de numerosas fatigas a sus hijos cautivos.
Pero Dios eterno, esta es obra de vuestra clemencia con que escuchaste nuestros clamores, reanimando con inexplicable intrepidez a nuestros hermanos combatientes; pues adoremos su benéfica providencia, tributémosle nuestros homenajes (…) por los grandes beneficios que nos resultan de los triunfos de las armas patrióticas (…).