Con Brasil ganó tres mundiales; jugó 14 cotejos y marcó 12 goles. Foto: EFE
Antes de Pelé, el número 10 carecía de alguna significación especial. Era una cifra más de las que exigía la reglamentación. En el Mundial de 1958, le dieron ese número de casualidad. Pero en ese torneo, Pelé convirtió a la camiseta 10 en el símbolo de la perfección: solo la merecía el mejor del equipo.
Hoy, pese al retroceso de los artistas del balón y el triunfo de los atletas, y a que los jóvenes aprecian más el número 9, el de los artilleros, Pelé comprobó en su octogésimo cumpleaños que el mundo no había olvidado su enorme legado, aunque ya no se vendan tantas camisetas a granel con su nombre.
La irrupción de Pelé en el fútbol equivale al aparecimiento de The Beatles en la música o al de Albert Einstein en la física: lo cambió todo. El fútbol ya era un espectáculo de masas a tal punto que los políticos se daban modos de servirse de ese fervor colectivo que desataba un clásico o una selección, pero Pelé era una imparable máquina de ganar que dejaba en el espectador la sensación de que veía algo sublime.
Una frase que lo refleja pertenece al entrenador soviético Gavriil Kachalin, quien dirigió al equipo de la URSS que ganó el oro olímpico en 1956, pero que luego miró, entre impotente e hipnotizado, cómo Pelé y Garrincha destrozaban a sus muchachos en el Mundial de 1958. “Jamás había visto un juego tan hermoso en mi vida”.
Esa belleza comenzó a llamarse ‘jogo bonito’. Aunque el origen de este término en realidad está en disputa pues los ingleses ya hablaban sobre ‘The Beautiful Game’ desde 1952, Pelé fue consagrado como el abanderado del juego-arte, de la belleza con la pelota, del talento individual para maravillar y derrotar al adversario.
Mucho se ha discutido sobre las cualidades de Pelé, quien desde niño entendió cómo sacar provecho a su talento. Era totalmente ambidiestro, lo que le permitía manejar todos los perfiles. De su padre, João Ramos do Nascimento y apodado ‘Dondinho’, fue futbolista y le enseñó golpear con el empeine, correr sin perder el control de la pelota mediante pasos cortos y amagar con los hombros para engañar al defensa.
Rebasaba a los rivales gracias a su manejo de cintura y su potencia. Era veloz para decidir qué hacer en fracciones de segundo, si practicar un túnel, un regate o un pase de primera. La sorpresa era una de sus armas. Y su repertorio para definir desde cualquier posición parecía inagotable. Para cabecear, permanecía con los ojos abiertos y la boca cerrada.
Disciplinado y enfocado, a diferencia de su compañero Garrincha, que acabó alcoholizado y quebrado, mantuvo su estado físico para sostener su carrera entre 1956, con la camiseta de Santos, hasta su retirada en 1977, defendiendo al Cosmos de Nueva York. Marcó 1 281 goles, nada mal para alguien que se definía como un “centrocampista atacante”.
La personalidad de Pelé calzaba perfectamente con el estilo de juego. Siempre afable, hizo de su sonrisa, su voz grave y su mirada intensa y periférica instrumentos que le ayudaban tanto para ser un líder en el equipo (aunque nunca aceptó ser capitán ni del Santos ni de Brasil) como para construir una imagen y luego una marca. Solicitado para una infinidad de anuncios y eventos, también formó parte del cine. Su papel más recordado es el del cabo Luis Fernández, un prisionero de guerra en un campo nazi, en la película ‘Evasión o victoria’, de 1981.
Incluso hoy, reducido a un andador por el deterioro de su cadera y sin un riñón, y con sus apariciones públicas escasas por su estado de salud, posee 14 patrocinadores.
También se ha escrito y especulado por qué Pelé jamás utilizó su influencia para la política, para ayudar a los suyos, los pobres de Tres Corazones, su terruño en el estado de Minas Gerais, o para luchar en contra del racismo en su país.
Fue Ministro de Deportes en el mandato de Fernando Henrique Cardoso (1998) y logró que se aprobara la Ley Pelé o Ley del Pase, que obligó a los equipos a cumplir las leyes mercantiles y a rendir cuentas sobre las transferencias de los jugadores, aunque los resultados no fueron tan positivos y con el tiempo hubo cambios en las normas que impulsó.
Ser funcionario generó a Pelé muchas críticas y acusaciones de corrupción, pero lo que más hubo fueron pérdidas económicas porque desatendía sus negocios, así que prefirió renunciar y retomar sus compromisos publicitarios. Su sonrisa combinaba mejor con el marketing que con los actos oficiales del Gabinete.
Su postura oficialista hacia la FIFA y neutra en relación a los gobernantes de Brasil explica en parte por qué el argentino Diego Armando Maradona es preferido por un sector cuando se debate quién es el mejor jugador de la historia. Maradona ganó un Mundial y tiene una colección generosa de escándalos, pero su apoyo a Fidel Castro, a Hugo Chávez y otros líderes del socialismo del siglo XXI, además de sus críticas en contra de la dirigencia de la FIFA y de su país, le dieron protagonismo en una América Latina polarizada.
Pelé es más políticamente correcto que un filme de Disney, aunque con los años aceptó que no contaba con el panorama claro cuando la dictadura brasileña usaba su imagen, y ofreció disculpas.
Líos familiares tampoco le faltaron. Tuvo siete hijos reconocidos, tres con su primera mujer y dos hijas con la segunda. Tuvo que reconocer judicialmente a otra hija, Sandra Machado, quien fue concejal en Santos y murió en el 2006. Pelé no fue al entierro. En el 2005, su hijo Edinho afrontó un juicio por narcotráfico y estuvo preso entre el 2017 y el 2019.
El legado de Pelé, sin embargo, no está en los eventos comerciales ni en los sorteos ni en la comparación con Maradona, sino en los mundiales. Pelé es el único jugador que ha conseguido tres trofeos de campeón, aunque en 1962 lo recibió lesionado. Esos 12 goles marcados en 14 cotejos son legendarios, sobre todo los de las finales de 1958 y 1970.
En Suecia solo tenía 17 años y marcó dos tantos en la final. Eso nunca más se repitió. En México, alcanzó la gloria al darle a Brasil su tercera Copa del Mundo. Ayudó a que ese torneo fuera el primero en transmitirse en color a todo el mundo y que en la final se goleara a Italia, lo que consolidó a Pelé como el símbolo de la perfección del deporte más universal de la historia.