Más de 4 000 amorfinos del pueblo montuvio recogidos en un libro

Wílman Ordóñez, autor del libro, dirige la compañía de danzas costeñas Retrovador, que cumplió 33 años. Foto: Archivo / El comercio

Wílman Ordóñez, autor del libro, dirige la compañía de danzas costeñas Retrovador, que cumplió 33 años. Foto: Archivo / El comercio

Wílman Ordóñez, autor del libro, dirige la compañía de danzas costeñas Retrovador, que cumplió 33 años. Foto: Archivo / El comercio

El registro más antiguo de un amorfino data de 1881, año en el que el antropólogo español Marcos Jiménez de la Espada presenta en el Congreso de Americanistas el que se presume como la primera pieza con música y letra. “Amorfino no seas tonto /aprende a tener vergüenza / al que te quiere querelo / al que no, no le hagas fuerza”, reza el coro.

El libro ‘Amorfino, canto mayor montuvio’ del escritor, investigador y folclorista Wílman Ordóñez rebusca en esos orígenes remotos, en los registros más antiguos y en las claves constitutivas de esta expresión cultural del pueblo montuvio de la costa del Ecuador. El volumen incluye una antigua partitura del tema publicado en el siglo XIX, Amorfino, recogido en 1929 por Manuel de Jesús Álvarez.

“Se trata de una pieza fundacional de lo que va a ser la música y el baile regional costeño, porque habla directamente del amorfino y porque creo que allí está la claridad filosófica y sociológica del montuvio en su entorno y en su hábitat agreste y montañero”, dice el autor guayaquileño.

El folclorista presentó una cuarta edición del libro que cumple 20 años desde su publicación, una edición corregida y aumentada que reúne más de 4 000 amorfinos y nuevos estudios en torno a la oralidad y a la expresión musical del campesino del litoral. El próximo miércoles 11 de diciembre, a las 19:00, Ordóñez prevé presentar el volumen de 239 páginas en la Casa de la Cultura de El Oro, en Machala.

El amorfino se define como una triple actividad a la que se entregaban los campesinos de casi toda la costa ecuatoriana, en palabras del folclorista fluminense Justino Cornejo (+), recogidas en el libro. Una triple actividad que aglutina verso o copla, pero también música y baile. En la segunda mitad del siglo XX, Cornejo prefiguraba los funerales de esa “preciosa y sana” distracción rural.

El amorfino es la poesía montuvia, es un verso de amor y de doble sentido, sátira o burla. Es un desafío en el formato del contrapunto entre dos verseadores “o una controversia en dichos y entredichos” desde donde se expresa oralmente el montuvio, según lo define Ordóñez. “Es una fiesta colectiva y una manifestación cultural litoralense”, dice.

El poeta Vladimir Zambrano observa en el prólogo del libro cómo los amorfinos recogen los sentimientos de la época y mudan sus intereses con los años, a tono por ejemplo con las luchas alfaristas. “El libro nos invita a reconocer el origen del amorfino en la copla española, pisándose los talones con la décima espinela y saltando de octosílabo en octosílabo”, apunta.

Zambrano refiere a un romance que “suena” como un amorfino del célebre escritor español Miguel de Cervantes, publicado en el capítulo V, parte I del Quijote: “¿Dónde estás, señora mía, / que no te duele mi mal? / O no lo sabes señora, /o eres falsa y desleal”.

La métrica de los octosílabos (ocho sílabas) es la del canto del pueblo hispanoamericano, escribe en un estudio inserto el historiador Modesto Chávez Franco (+). Él encuentra “coincidencias notabilísimas” entre temas, rimas, formas, géneros, estilos y estrofas de la poesía popular campesina costeña del Ecuador con las de países de la región.

El verso rimado tiene en cada región una tonada musical con identidad propia. “El amorfino es de octosílabos asonante o consonante, con rima o sin ella, evoluciona a partir de la copla española sureña”, dice Ordóñez, que reclama su reconocimiento como patrimonio oral intangible del Ecuador. “Es una de las maneras de afirmar la identidad y la memoria litoralense en torno a una cultura invisibilizada. La crisis del amorfino tiene que ver con la falta de espacios de representación, y de políticas de gestión cultural en el territorio para recuperarlo y conservarlo”, sostiene Ordóñez.

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