La labor de un guardaparque que tiene 25 años cuidando de la Reserva Ecológica Antisana

Patricio Muñoz, de 55 años, es guardaparque de la Reserva Ecológica Antisana, que cumplió 25 años de creación en julio del 2018. Foto: EL COMERCIO.

En la memoria de Patricio Muñoz perviven dos episodios. En el primero surgió su conexión con los caballos y la naturaleza. El segundo es permanente. Se inició en 1981, cuando se formó como asistente de Juan Black, un biólogo pinteño que dedicó su vida a la conservación y creación de la Reserva Ecológica Antisana (REA), que en este 2018, cumplió 25 años.
Desde 1993 -año en el que el Estado ecuatoriano emitió la declaratoria de creación de la reserva- Patricio cultiva un oficio que -a sus 55 años- lo mantiene diariamente en la REA: el de ser guardaparque. Lo hace en turnos semanales que cumple durante los 365 días del año. Muñoz realiza sus recorridos de patrullaje rutinario en zonas como la Mica pampa, El Contadero y San Simón, ubicadas en las faldas del volcán Antisana.
Son alrededor de 80 kilómetros los que se recorren de Quito a la REA. Al salir de la capital, se sigue la ruta hacia el sur, por Sangolquí hacia el centro de Píntag. Desde el poblado, se continúa hasta llegar a la laguna La Mica, cuenca hídrica que abastece principalmente al pueblo quiteño.
Para Patricio, la jornada se inicia a las 06:30, en Píntag. Allí se recogen a los caballos y se emprende un tramo de 35 kilómetros hasta llegar a la reserva. A más de 4 000 metros sobre el nivel del mar, el frío se agudiza. Está acostumbrado. En el trayecto, son visibles los vestigios de los tiempos en que los hacendados lideraban la zona: toros salvajes -que sirven de alimento para el cóndor-, llamas que descansan en el musgo y los curiquingues que van acompañando el recorrido mientras el volcán Antisana se impone en el paraje.

El primer paso, dice, es preparar a los caballos que, además de ser su principal instrumento de movilización, son los motores de su oficio. ‘Morito’, de 18 años; ‘Palomino’ de seis; y ‘Camila’, de cuatro lo esperan.
Comienza por la montura: coloca la gurupera con la que se sostiene la cola del caballo; la retranca, parte trasera del equipo; prosigue con la pechera, las riendas, hasta llegar a la cincha, el sostén principal de la montura.
Una vez que sus ‘compañeros de fórmula’ están listos, Patricio se equipa con un zamarro café, un poncho reforzado verde, un sombrero negro y unas botas de caucho obscuro. Regresa a sus caballos para confirmar que todo esté en orden; los acaricia. Tiene confianza en ellos y la transmite a los nuevos visitantes.
El trayecto comienza a las 08:00 y, según cuenta, el objetivo siempre es el mismo: el control y la vigilancia integral de la REA, que abarca 120 581,27 hectáreas. Los días, aclara, siempre son una nueva aventura. En los primeros kilómetros, ‘Don Patito’ -como lo llaman los suyos- recuerda la historia de la reserva, que concentra una lucha por la conservación en la que el guardaparque está en la primera línea de combate.
Hace 23 años, la Reserva era una hacienda que pertenecía a la familia Delgado. La productividad de la propiedad afectaba a la biodiversidad presente en la zona, cuenta Muñoz. Juan Black, mentor de Patricio, lo sabía. Con el impulso de las comunidades nativas, el trabajo conjunto de investigadores y la Fundación Antisana, liderados por el biólogo, se logró que el Gobierno, presidido por Sixto Durán Ballén, hiciera oficial la creación de la REA. La lucha apenas comenzaba, recuerda.
¿Quién mejor para cuidar de la riqueza natural que sus habitantes? Y así fue. Patricio, al igual que 15 guardaparques más que la custodian, avistan las más de 418 especies de aves, 73 de mamíferos y 61 de anfibios y reptiles que habitan en la zona, además de uno de los visitantes frecuentes a escala nacional: el cóndor, ave emblemática del Ecuador.
Los caballos conocen el camino. El altiplano verde acoge pequeños lapsos de sol, para después nublarse y recibir cortas lloviznas. Y así, durante el día. Patricio sonríe frente a la inexperiencia de los visitantes. Los ayuda; los guía. Es como un diccionario, detecta cada sonido, cada planta, reconoce rápidamente si se trata del caminar de un venado, reconoce la rapidez de los conejos y captura el vuelo de las bandurias que acompañan el recorrido.
Aunque el camino parecía tranquilo y sin novedad, cada día deja lecciones e infracciones que Patricio documenta en informes. ‘Don Pato’ lo tiene muy claro: la naturaleza es blanco ideal de la caza. Después de recorrer tres kilómetros, un grupo de aparentes turistas apareció en el paisaje. Estaban sentados, como queriendo encontrar algo. Al sentir la mirada de Patricio, rápidamente fingieron estar sorprendidos con la vegetación. Reconoció rápidamente sus intenciones: estaban ahí para cazar conejos pero no lo lograban.
Los turistas -que decían pertenecer a la comunidad- lo negaron. Sin embargo, serían requisados en el control de salida, pues la caza en una área protegida está prohibida. Hay quienes no lo respetan; se esconden en el musgo y llevan armas. Ese es uno de los grandes retos a los que se enfrenta Patricio a diario, además de la diversa gama climática del lugar o los posibles ataques de las especies animales; sin embargo, cuenta, nunca le ha pasado.
Minuto a minuto, La Mica ya se puede ver desde las alturas. Las bandurrias -unas aves juguetonas- nos siguen. Los venados observan nuestro paso pero no se inquietan. A pesar de convivir con ellos a diario, ‘Don Pato’ no deja de sorprenderse. Cuesta arriba, ‘Morito’, ‘Palomino’ y ‘Camila’ juegan bromas a los inexpertos. Halan las riendas suavemente para mostrarse rebeldes. Él se ríe. “Rasga, orito”, dice Patricio de cariño al nuevo montador para que retome el liderazgo.
Después de 7,2 kilómetros y -casi tres horas de recorrido- llegó a la meta. Es un patrullaje corto en comparación a lo que transita diariamente, dice. En promedio, recorre cerca de 60 kilómetros.
Patricio se sienta en el musgo -que calienta aún en el frío intenso- y reflexiona: “Miren esto: la laguna, las aves, la vegetación. Este paisaje es un regalo. Nos hemos esforzado para que la gente y los turistas entiendan que se debe tomar en serio la protección de una zona que finalmente, es de todos.
En este corto recorrido han logrado ver la cantidad de humedales que existen en este terreno. Nosotros también las protegemos porque la mayor cantidad de agua que se recoge en la laguna es del área protegida. Necesitamos de la ayuda de todos para seguir haciéndolo”. Esa, dice, es no solo su pensamiento, sino el de 620 guardaparques del Ministerio del Ambiente, que protegen las Áreas Protegidas del Ecuador.
Antes de iniciar el trayecto de regreso hacia la REA, toma cinco minutos más para observar el paisaje; sus caballos se apoyan suavemente en él. Se miran con complicidad. Quizá se retire este año, acepta Patricio. Quizá deje de convivir con sus compañeros de hábitat a diario pero eso sí, aclara, la posta de la lucha la seguirá cultivando en los suyos, a 4 000 metros sobre el nivel del mar, en el frío y con sus caballos.