Cuando un menú te cuenta una historia a través de sus sabores, el viaje vale la pena. Un camino empedrado recubierto de montañas a los lados, la vista al Cotopaxi -si las nubes le abren paso- y el ambiente campestre vaticina un menú para recordar. El chef Álvaro Reinoso lidera la cocina del hotel Chilcabamba Mountain desde donde propone un menú de degustación de 10 pasos.
La música al igual que la cocina ayudan a rescatar la identidad. Estas dos vertientes han hecho que el cantante ecuatoriano Juan Fernando Velasco se lance con un emprendimiento que involucra la cocina moderna. En Misquilla encuentra este espacio que juega con la música y la gastronomía desde la decoración hasta el servicio.
Un taller culinario, un bar con personalidad y una cocina que fusiona la comida mediterránea con los productos nativos ecuatorianos dan forma al restaurante Gusto Atelier. ‘Atelier’ se traduce como taller del francés y a eso apuesta el nuevo local de la Av. Isabel la Católica.
Una opción para pasar las tardes y las noches nada tan reconfortante como tener una cafetería de confianza. Y Roscón califica perfectamente en esa clasificación: un lugar para tomar café o té o cerveza o whisky, pero también para leer, conversar y escuchar buena música, todo al calor de la chimenea. Café Roscón es un sitio lleno de guiños creativos: murales pintados, mesas coloridas, repisas con objetos artístico/artesanales, lámparas con forma de mosca...
Ecuador. Guayas. Samborondón.Plaza Lagos. Alago. Si en lugar de una nota esta fuera una imagen de Google Maps e hiciéramos un ‘zoom’ poderosísimo (seguramente posible solo para los servicios de la NSA) se vería: un restaurante lleno de la ‘beautiful people’ de Guayaquil y sus alrededores, platos humeantes y llamativos, tragos glamurosos en copas enormes y una cocina en ebullición.
Simpático, alegre, interesante, arriesgado… y guapo. Es decir, el 'new kid in town' que ha despertado la curiosidad de los parroquianos. Tranquilas/os que no se trata de la descripción de un hombre, sino de un restaurante. Se llama Urko (cerro), cocina local y está roqueando (a veces, literalmente).
Huele a leña quemándose (aunque la imagen puede no ser muy afortunada estos días de incendios atroces); pero ese olor, de entrada, hace que uno se sienta acogido. Como cuando se llega a la casa de una tía abuela, tan familiar y prometedora por las viandas que suele servir, porque justo eso es La Vieja Europa: un sitio al que mucha gente de Quito fue hace años, en el que pasó de lujo y al que se añoraba volver.
Es como el amor a primera vista (o siendo sinceros, como ese alboroto físico que provoca conocer a alguien guapísimo). La belleza embriaga y quienes conceptualizaron este lugar estaban pensando en moverle el piso a quien se pusiera en frente. Un sitio bellamente ambientado en un edificio antiguo, una oferta sofisticada (café y té, en sus versiones gourmet), personal risueño e informadísimo. ¿Qué más se puede pedir?
Es lógica básica: un sitio ofrece comida de un país determinado en tierra extranjera y suele estar lleno de gente oriunda del país cuya comida ofrece. ¿Conclusión? La comida de ese lugar es seguramente muy auténtica y muy buena. Este bien podría ser un sofisma, pero el razonamiento, en todo caso, aplica para La Puerta de Alcalá.
En la esquina de una plaza que ha devenido en una de las más lindas de Quito (la Borja Yerovi) hay una puerta entre metálica y de vidrio -siempre cerrada-. Ahí hay un timbre. Una vez que la puerta se abre está Le Petit Pigalle, un sitio que según anuncia la carta es “París en Quito”. Es una exageración de buena fe.
Bandido Brewing es lo más parecido a una isla que se puede encontrar en Quito. Una isla dedicada a las cervezas y a las pizzas artesanales.Y como toda experiencia insular, plantea escenarios nuevos y austeros.
Para retomar una relación que ha estado en pausa (por la razón que fuere), siempre es conveniente olvidar lo que ya fue. Lo pasado, pisado. Por eso, para empezar este segundo capítulo de cero, hay que deshacerse de cualquier idea y/o experiencia que se haya tenido respecto del Theatrum. Porque el Theatrum ha cambiado, y, en principio, para bien.
El pan –su olor, su textura, su crujido– tiene la capacidad de despertar al ser lujurioso que nos habita; tiene algo que hace que uno lo quiera tocar, oler, mordisquear… cuando lo tiene delante. Es una reacción humana, un impulso atávico, y pasa en cualquier panadería, por eso pasa también en Hay Pan, el juguete nuevo de Jérôme Monteillet Durin, el dueño del restaurante Chez Jérôme.
Con los ojos cerrados, y solo escuchando la música, bien podría ser sábado de resaca en una cebichería relajada de La Mariscal. Pero con los ojos abiertos, son las dos de la tarde de un día laborable en uno de los sitios más ‘cool’ de Quito; uno al que es mejor no atreverse a llegar sin reservación. Se llama ZFood y está consagrado a los frutos del mar, un reto del que sale airoso, pese a los 2 800 metros de altitud de su ubicación, que pudieran contradecirlo.
Salir de Quito sin salir de Quito. Comer nabo, o col, o zuquini, o espinaca (o casi cualquier cosa) por enésima vez y sentir que es la primera, porque no sabe a lo que creemos que debe saber. Dos privilegios reservados a las almas inquietas, que no se arredran ante un nombre y un idioma que no comprenden; almas de paladar curioso; almas interesadas en hacer nuevos (y buenos) amigos.
El mesero toma una hojita de la maceta y entra a la cocina. Sale un jugo de fresa, naranja y menta. Otra de las meseras se asoma al patio estira el brazo y corta, con la precisión de un cirujano, sin esfuerzo, limpiamente, un par de hojas. En unos tres minutos el agua de cedrón está en la mesa. Es lo que podría ser bautizado como la ‘experiencia Botánica’: todo natural, todo ‘easy-going’, todo estéticamente placentero.