Alejandro Fernández es el chef; en esta imagen prepara un risotto de mariscos. Foto: Enrique Pesantes/ SABORES.
Ecuador. Guayas. Samborondón.Plaza Lagos. Alago. Si en lugar de una nota esta fuera una imagen de Google Maps e hiciéramos un ‘zoom’ poderosísimo (seguramente posible solo para los servicios de la NSA) se vería: un restaurante lleno de la ‘beautiful people’ de Guayaquil y sus alrededores, platos humeantes y llamativos, tragos glamurosos en copas enormes y una cocina en ebullición.
Desde la Tierra, es decir, sin satélites ni cámaras aéreas, se ve exactamente lo mismo. Pero la experiencia mejora: porque se puede oler (un aromático carpaccio de hongos portobello, con una salsa de ‘pomodoro’ como la haría una mamma italiana); se puede tocar (un firme y crocante wantán de mariscos); se puede saborear (un sedoso guacamole para untar mientras llegan las entradas, los platos fuertes y también la segunda ronda de tragos).
Es que Alago, el restaurante de moda de Plaza Lagos, no solo convoca a comer sino a tomarse unos tragos, en ese sentido original de la expresión que hace que uno se haga la ilusión de que es cosmopolita.
Hay algo en el ambiente que grita : diversión. Puede ser la música alta (a veces Rihana, a veces ¿One Direction?) ; diversión, incluso a pesar de ese ‘allure’ de la gente de las mesas de al lado, que parece que viniera de una sesión de fotos mostrando su casa recién estrenada en alguna urbanización cercana (difícil pensar en algo menos divertido).
El caso es que Alago tiene una pizca de pagano en su ADN que invita a querer algo más.
Alago tiene dos ambientes, el exterior tiene vista a las lagunas artificiales de Plaza Lagos. Foto: Enrique Pesantes/ SABORES.
Pero antes conviene concentrarse en terminar un risotto de pato cocinado durante seis horas y servido con una generosidad difícil de encontrar en restaurantes que se apellidan ‘gourmet’ (un dato: el pato es una especialidad de la casa; Pato Thai, Meloso de Pato).
En el risotto en cuestión, la carne mechada de pato viene sobre una cama de arroz cremoso con sabor a vino tinto que es difícil de olvidar. Como también lo es el Peking Pork; una pieza de cerdo suavísimo (8 horas en una cacerola a fuego lento), acompañado de unas papas un poco amargas hechas con una mezcla de cervezas.
El chef, un uruguayo con nombre de cantante mexicano: Alejandro Fernández, tiene talento para las cocciones largas. Tanto que sus platos en esta modalidad son elocuentes y convencen, sin necesidad de que él diga nada cuando pasa por las mesas a saludar; bien por él, porque se le nota tímido.
Igual sale airoso con los términos medios (Lomo Tagliatta) o los crudos (carpaccio de pulpo). Y debe ser por esa variedad de talentos que Alago tiene un imán, algo que se nota de lejos y cerca.