El populismo nos hace sentir la ilusión de que no estamos solos y los caudillos nos ofrecen la esperanza del orden.
“El carisma ni se hereda ni deja efectos más allá de la vida del jefe” (Weber).
La efigie del caudillo abraza historia, leyenda y mitología de América Latina.
Una de las escenas muestra a la turba hambrienta matando a golpes a un caballo famélico en medio de una carretera. La siguiente es una toma aérea secuencial de un paso fronterizo entre dos naciones que registra durante varios meses caravanas de miles de personas cruzando al otro lado. Otra escena descubre algo que nunca llegan a ver los turistas: el estado ruinoso de las casas de una de las ciudades emblemáticas de la época colonial en América, y allí, en medio de la miseria y el hacinamiento, un hombre vacía desde un segundo piso el cubo de los desperdicios humanos. Finalmente, en una esquina de otra ciudad, una imagen captura el momento en que milicias urbanas armadas por el gobierno cobran peajes a los vehículos que transitan por esa vía.
Sombra de un número redondo: hace 40 años, en el invierno argentino de 1975 y en condiciones precarias, realizaba yo una serie de entrevistas al cinco veces presidente José María Velasco Ibarra, cuya influencia se extendió a lo largo de 40 años. Ese material sería la base para mi libro ‘Velasco Ibarra: el último caudillo de la oligarquía’.
Si bien los cinco mandatarios han contado con el favor de la gente, sobre todo por la obra pública emprendida, los errores o ‘metidas de pata’ también han ido a la par de sus fuertes y polémicas personalidades.
Esta es la historia de un país, inmerso en una permanente convulsión política, y la de cinco rostros que la han forjado sobre la constante promesa de cambiar el Ecuador.