Sombra de un número redondo: hace 40 años, en el invierno argentino de 1975 y en condiciones precarias, realizaba yo una serie de entrevistas al cinco veces presidente José María Velasco Ibarra, cuya influencia se extendió a lo largo de 40 años. Ese material sería la base para mi libro ‘Velasco Ibarra: el último caudillo de la oligarquía’.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. Muchas cosas no han cambiado desde entonces. Ha cambiado, sobre todo, la parte material y visible: las ciudades y los caminos, esas nuevas capas medias motorizadas y ávidas de consumo; la TV, los celulares, la Internet, etc.
La vieja oligarquía fue desplazada por una élite que ha amasado mucho dinero y poder en los últimos tiempos. Pero no ha cambiado lo básico, esa forma de dominación política definida como caudillismo y articulada por una ideología donde predomina la visión religiosa y maniquea del mundo.
Analizar cómo se conjugan estas rémoras del siglo XX con las exigencias tecnológicas y sociales de un sistema globalizado y vertiginoso es uno de los desafíos que tienen los intelectuales que no están alineados con el poder. Intelectuales agudos como Carlos de la Torre, quien lanzará el martes ‘De Velasco a Correa’, justamente en esa línea.
A mi generación le tocó enfrentar en las calles al quinto y último velasquismo. Gritábamos contra un ‘loco’ que no era tan loco pues debajo del caos aparente de su discurso había un orden que me propuse desentrañar. En efecto, el método estructuralista me permitió probar que eran la moral católica y el derecho liberal las matrices que organizaban su pensamiento; no en vano Velasco había sido educado por los jesuitas y obtuvo su doctorado en Leyes. Eso lo ubicaba como un católico liberal: nada raro pues tal era la corriente dominante en el Ecuador del siglo pasado.
La diferencia radicaba en su personalidad y su manera de ejercer el poder. Carismático y gran orador, de una inteligencia y una cultura superiores a la media, calvo, insultador, prepotente, irascible, improvisador, capaz de acudir personalmente a reprimir una huelga de estudiantes (con muerto incluido) y de atacar ferozmente a la prensa y a periodistas como Alejandro Carrión, en el único período que tuvo dinero fue un gran constructor de carreteras y escuelas; cuando le faltó, clavó impuestos y extrajo recursos del Seguro Social, del Banco Central y de donde pudo.
Sin un proyecto alternativo al modelo agroexportador, su misión histórica fue la de fomentar el acceso de las masas a la arena política y arbitrar las disputas por el poder y el pastel entre los grupos dominantes.
Aunque coqueteó con el existencialismo, se identificó siempre con la religión católica; estoico en lo personal, jamás llegó al grotesco del general Franco, autodenominado ‘caudillo de España por la gracia de Dios’, cuya sangrienta dictadura también duró 40 años, pero ‘hizo carreteras’, al decir de un ideólogo oficial.