Pamela Troya es para muchos un nombre y un rostro conocidos; en Twitter, espacio de su activismo, tiene más de 17 000 seguidores. Desde el 2013 ha sido una de las voces más fuertes en defensa de los derechos de personas Lgbtiq (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexo y queer). Por años su bandera de lucha fue el matrimonio igualitario, conseguir que todos, todas y todes -como cada vez más se invita a decir- puedan casarse.
EL COMERCIO conversó con Pamela, ahora que se encuentra en otro momento de su vida. El 5 de agosto del 2019, exactamente seis años después de que empezó su pelea por el acceso al matrimonio igualitario, se casó. Y el 27 de septiembre de ese mismo año se divorció. Las críticas y las burlas no pararon. Hace dos días, el lunes 26 de julio del 2021, cuando fue entrevistada, contó que hasta ahora las recibe.
Ponerle rostro a una lucha, que para muchos no era tan trascendente como la del género en la cédula o el cupo laboral, ¿es algo de lo que se arrepiente?
No. Tu pregunta encaja en una nueva etapa de mi vida, política, emocional. Yo decidí ser la cara de una lucha, sin desmerecer otro tipo de activismo, que procura hacer las cosas por debajo de la mesa, para que nadie se entere y que era lo que normalmente se hacía antes. Es válido, se pensaba en no poner sobre aviso a los provida. Como comunicadora, tengo esa ‘deformación’ profesional de verlo todo así, desde la comunicación; pensé que era necesario que la gente supiera que existimos, que luchamos por derechos, que no somos una aberración; para mí fue necesario poner la cara para que impacte.
Tomando en cuenta las implicaciones: ser ubicada como mujer Lgbtiq en la calle, el costo económico del que ha hablado, ya que estuvo en el desempleo hasta hace poco, quizá rechazada por ser polémica, y el haber expuesto su vida personal, ¿todo eso valió la pena?
Claro, pero hubo un costo económico, político y emocional por ser la cara de una lucha. Sostenía y sostengo la tesis de que las nuevas generaciones deben crecer con referentes, tener rostros y decir si ellos pudieron, por qué yo no; pensé en hacer algo desde mi ámbito de acción. Yo mismo en un punto de mi vida me creía un fenómeno, un monstruo, cuando salí del clóset. Lo hice tarde, a los 25. Cuando éramos adolescentes no había Internet, era importante que se genere un debate nacional, que sepan que existes, que luchas por derechos. Algunas personas quizá no lo entiendan, pero muchos adolescentes me escribían y decían que por verme en televisión pudieron abordar el tema en tercera persona, en sus casas; hablar del caso de Pamela Troya y saber qué pensaban sus padres. En ese camino hubo gente que me apoyó, escritores, académicos, actores como Juana Guarderas, Monserrat Astudillo, periodistas como ustedes. Ayudaron a sostener esta lucha, para que la gente cambie de chip; también claro la gente que defiende derechos humanos, el feminismo se acercó, vieron que eran luchas paralelas.
¿Cuán duro fue dar la cara, ser el nombre peleando por el matrimonio igualitario?
Recibí apoyo de la gente y mucha m… Recibí bullying, tengo más de 2 000 cuentas bloqueadas, a través de las que me han mandado a quemar, a violar; enfrenté violencia política por ser mujer, mujer lesbiana y hasta gorda.
Entre las críticas que se han escrito en redes se repite que es la prueba de que el matrimonio igualitario no funciona. No duraron ni dos meses, dicen, y también que todo fue un show. ¿Superar la separación fue más difícil con todos esos dedos señalándole?
Una separación es siempre difícil. Lamentable o afortunadamente fui la cara del matrimonio igualitario por seis años y por un tema personal, que no estuvo en mis planes, me divorcié al poco tiempo de haberme casado y significó un quiebre emocional terrible. Yo sostuve esa lucha movida por el amor y por el activismo, realmente me quería casar con ella, hubo una relación real, no ficticia, que duró 10 años, ocho viviendo juntas. Ya éramos un matrimonio más allá del papel. Esa separación me acabó emocionalmente en muchos sentidos y además estaba todo el estigma de los grupos conservadores, antiderechos y provida, que tenían una prueba que confirmaba que la lucha era irrisoria, que no tenía que haberse dado; yo sé que mi divorcio les dio papaya, ‘elé para eso querían casarse’, me decían. También que los Lgbtiq no éramos capaces de sostener relaciones duraderas. No les importó mi historia de vida. Muchos argumentaron que me pagaron para emprender la lucha del matrimonio igualitario y como se consiguió aseguraron que me divorcié enseguida. Pero si me hubieran pagado, lo habrían hecho para que sostengamos la mentira más años, no al mes y medio.
¿Hasta ahora siguen las burlas y las críticas?
Claro, fui una burla nacional e internacional. Por un lado me felicitaban desde Nicaragua, pero también desde otros países me criticaban. Me decían también hemos llorado con tu divorcio. Solo el paro de octubre del 2019 hizo que las personas dejen de escribirme tanto, acá un escándalo deja a otro.
Pamela Troya y su pareja, Sara. Foto: cortesía
Esta para nada es una nota de crónica rosa sobre la nueva pareja de Pamela Troya. Así que, ¿por qué visibilizar o seguir hablando de tu vida amorosa en Twitter?
Las personas heterosexuales lo hacen y nadie las cuestiona, la sociedad lo percibe natural, normal y lo permite. Para nosotras o nosotros los Lgbtiq ha sido un acto de valentía poder visibilizar nuestras vidas con esa naturalidad, sin temor a exponernos a insultos y al estigma y a los prejuicios. Me interesa que poco a poco se vaya naturalizando, que cada vez sea un poquito menos difícil expresarnos, en redes sociales. Así como los heterosexuales, que se dan piquitos en restaurantes, y todo es normal, no hay que pensar en el miedo al escándalo o en el pudor. Esa normalización en Twitter ayuda, para que sepan que vamos a restaurantes a comer, a supermercados a comprar, a la calle… Son actos de valentía porque no sabes en qué momento te cruzas con un fanático que te dirá alguna cosa, son nuevos activismos, más visibilidad mediática, aprovechando redes sociales, que son una herramienta fundamental, los medios y con apoyo de periodistas que ayudan a que la sociedad normalice, entienda. Los periodistas que piensan en derechos humanos ayudan. Así, las nuevas generaciones de Lgbtiq estarán mejor. Yo me tomo este espacio que me brinda Twitter, la he convertido casi en un diario; es el mecanismo a través del cual he hecho activismo y he apoyado otras luchas de derechos humanos y me he informado de política todo el tiempo. En estas semanas he hecho una pausa, estoy en otro momento.
¿Enamorada?
Sí. Son varias etapas que he vivido. Hace 18 años, cuando tenía 20, murió mi madre. Fue duro. En el 2019 ya vivía un año en el desempleo, no me contrataban por ser Pamela Troya; es horrible porque no podía dejar de ser yo. Y vino la situación personal, el divorcio; sentí que me cayeron las siete plagas. Tengo deudas que hice en pareja y que estoy pagando sola. Al inicio de la pandemia la gente buscaba dulces y pude vender pastelitos que preparaba, un amigo los repartía en su carro. Pero acumulé deudas, mi dueña de casa me pidió desalojar; le pagué, pero busqué otro lugar. Era un momento en que creía que el universo estaba en contra y un amigo me decía que eso no durará toda la vida.
¿Qué etapa vive ahora?
Otra, ese amigo me pedía que me proyecte a cinco años. De modo inesperado, así como todo lo malo me cayó, ahora parece que todo empieza a florecer. En noviembre del 2020 me salió una chaucha pequeña, un trabajo temporal, todo es ganancia, pero eso se acababa en mayo, y otra vez entré en desesperación y tuve la osadía de escribirle a Mae Montaño, no me conocía. Sabía que iba a ser ministra y le envié mi hoja de vida, le llamé y le pedí una oportunidad para tener un empleo decente. Al poco tiempo me dijo que no concibe un Ministerio de Inclusión sin personas como yo. Le agradezco infinitamente, no es un gran sueldo, no es un pago por haber apoyado a Lasso, lo aclaro; es de gran ayuda. Ella el Día del Orgullo Lgbtiq participó de un evento en el ministerio incluso. Siento que las cosas van bien y no solo me cayó el trabajo sino el amor, como un regalo del universo en una etapa difícil, cuando pensaba que las cosas no podían estar peor. Sara es una mujer maravillosa, que conocí en un chat de WhatsApp de feministas. Fue parte de un Space que organicé y luego tomamos un café, empezamos a salir tímidamente, ha sido un torbellino. Sara es una mujer extraordinaria y brillante. Me acepta, dice estar orgullosa de estar conmigo. Es una etapa de renacimiento, de elevar las alas. Tengo el sticker de lesbiana en la frente y no me victimizo, hay tantos y tantas activistas que han perdido la vida en la lucha, rindo honor a nuestros antecesores; ser activista es mi misión de vida y se siente bien saber que ella está cómoda con eso.