Se sientan alrededor de una pequeña mesa plástica. Juega con pinzas de colores, cintas y pegamento. Maikel tiene 6 años y Renatta 4. Ambos están con María del Carmen Mugmal, la abuela con la que viven desde el 7 de abril de 2020.
Ese día, la madre de los pequeños apareció sin vida. Se llamaba Brigith y tenía 22 años.
Ella recuerda que todo era confuso, que los patrulleros llegaron a una quebrada del río San Pedro, en San Pedro de Taboada, una zona del Valle de los Chillos, y que su hija fue encontrada sin signos vitales.
Asegura que en medio de la desesperación su yerno confesó haberla atacado. Fue detenido y procesado por femicidio.
Desde entonces, Maikel y Renatta se quedaron con ella y trata de reemplazar la figura materna. “Pese al dolor de perder a mi hija asumí la responsabilidad de sacar a mis nietos adelante”, relata.
En la sala de su casa aparece un portarretrato con la foto de Brigith. Con la voz entrecortada, la abuela cuenta que Maikel fue el más afectado. “Él vio cómo su madre perdió la vida. En ese entonces, él solo tenía 5 años. Por una rendija de la puerta vio cómo su padre golpeó a su mamá, la dejó inconsciente y la tomó por el cuello mientras estaban en la cama”.
Indica que los primeros meses, el niño no reía, no jugaba y pasaba la mayor parte del día acostado en el sillón de la sala. Tampoco podía dormir solo. Tenía pesadillas. Se levantaba en las madrugadas, gritaba el nombre de su mamá y lloraba. “En una ocasión me dijo que le gustaría volver a verla. Le abracé duro, le leí un cuento y se durmió poco a poco”.
Desde septiembre pasado, Maykel comenzó un tratamiento psicológico. Cada 15 días tiene sesiones. Dice que eso le ayudó a sobreponerse.
La abuela cuenta que el pequeño le dijo al psicólogo que extraña a su padre, pero que no quiere verlo, porque tiene miedo de que le haga daño por contar lo que vio. Durante el proceso judicial, la Fiscalía tomó el testimonio del menor.
En marzo pasado, el padre de los niños fue sentenciado a 26 años de prisión. Ahora está recluido en la cárcel de Cotopaxi.
La abuela explica que todo ha sido duro. En octubre del 2020, su nieto pidió por primera vez que le llevara al cementerio de Sangolquí, en donde su madre está sepultada.
Luego de comprar un ramo de flores fueron hacia la lápida. Allí el niño se sentó y lloró.
“Ese fue un momento terrible. Le dijo: mami quisiera que estés conmigo, ¿por qué te fuiste? Luego me abrazó y preguntó si en el cielo su padre ya no puede hacer daño a mamá. Se calmó solo cuando le contesté que no y nos marchamos”.
Mientras la abuela recuerda ese episodio, el pequeño se le acerca, le da un beso en la mejilla y se retira a su cuarto.
En cambio, Renatta le pide que le ate los cordones de sus zapatos antes de seguir jugando con una muñeca.
Tras la muerte de Brigith, la niña dejó de preguntar por sus padres. “Como aún es pequeña tengo que mostrarle todos los días fotografías de su madre para que no la olvide”.
Desde que se hizo cargo de sus nietos, la mujer dice que su rutina cambió. Los dos pasaron a vivir con ella, adaptaron un cuarto para ambos. Lo llenaron de carros y muñecas.
En otro lugar de la casa instalaron una computadora para las clases virtuales de Renatta. Maikel, en cambio, usa el celular de la abuela. Pegaron los números impresos en colores, los trabajos manuales y fotos.
Con la muerte de su hija cambió su vida. “Todos los días me levanto a las 06:00 para prepararles el desayuno, peinarles a los dos y ponerles los uniformes”.
Trabaja medio tiempo como empleada doméstica y en las tardes pasa con ellos. Supervisa las tareas. Hay días en que ven películas juntos, salen al patio a jugar con la pelota o los pequeños le ayudan a cuidar las plantas de su huerto.
“Antes, cuando regresaba del trabajo, me recostaba a ver mi novela. Ahora ya no puedo hacer eso, en mis tiempos libres veo programas infantiles. Son mi fortaleza y el más lindo legado de mi hija”, relata la mujer, mientras va al cuarto de los niños a jugar.
“Comparto con ambos cada momento y trabajo para que no les falte nada”. Mugmal recuerda que el 14 de enero fue el cumpleaños de Maikel.
“Le hice una fiesta con globos y piñata y le compré un pastel, como mi hija solía hacerlo. Cuando iba a soplar las velas, le dije que pida un deseo. Él cerró sus ojitos y se le fueron las lágrimas”. Cuenta que le preguntó qué ocurría y la respuesta que le dio: “Quiero que mi mami baje a visitarme un rato, me diga feliz cumpleaños y luego que se vaya. No quiero que se quede, porque mi papi le puede hacer daño”.
Esa misma noche, en su cama volvió a preguntar por qué mamá le dejó solo en su cumpleaños. La abuela le alcanzó a decir que no estaba solo y que su madre le cuida siempre.