Tres semanas desde la tragedia más grande que ha vivido el Ecuador en las últimas décadas. Tres semanas en que el dolor de miles de ecuatorianos y del país entero no encuentra aún respuestas ante lo inexplicable. Pero tres semanas, también, en que hemos visto rodar, nuevamente, las formas que tantas veces hemos ensayado sin éxito para afrontar nuestros problemas: el estatismo, el paternalismo, la victimización.
Es verdad, lo que se ha vivido es terrible, pero no queda más que sacudirnos. Y ese sacudón debe comenzar por quienes sufrieron directamente la tragedia. Ellos y ellas son quienes deben asumir el protagonismo principal en lo vendrá de ahora en adelante. Hasta ahora han estado silenciosos.
Pero ya pasó el momento del rescate, del intentar comprender y asimilar lo ocurrido, y hemos pasado al momento de la reconstrucción, o de la nueva construcción, más bien. Y hasta ahora no escuchamos la voz de Manabí.
Es lamentable cómo otros actores han buscado robar el protagonismo principal a quienes deberían estar en primera línea. El Gobierno no tardó en poner en escena su estado de propaganda para persuadirnos de su mundo perfecto, en el que todo funciona y está bajo control. Pero el problema es que una tragedia de esta magnitud no se resuelve con cadenas nacionales, cuñas de radio u otros productos publicitarios.
No se resuelve ordenando el monopolio de la solidaridad ni instalando más oficinas y burocracia. Aquí el punto no es que el Gobierno quede bien y promueva a sus figuras para las siguientes elecciones, sino que empiece la resolución de una problemática extremadamente complicada que no es solo construir nuevas viviendas e infraestructura, crear trabajo y producción, sino rehacer el tejido social de una sociedad destruida para que miles de personas recobren su sentido de vida. Y aquello no lo puede hacer el Gobierno, ni las ONG, ni los voluntarios, ni nadie. Aquello solo puede provenir de la propia gente, de aquellos que hoy, desde las ruinas, deben volver a nacer. Robarles a ellos y ellas el protagonismo que merecen para definir su futuro resulta quizá más cruel que el terremoto que destruyó su pasado.
Por eso ahora pregunto ¿dónde está la voz de Manabí? ¿dónde está la voz de Esmeraldas?; la voz de los afectados directos de la tragedia. Es a ellos a quienes debemos escuchar. Esta no es una tarea de reconstrucción. Propongo abolir esa palabra. No es con los escombros de los que se cayó que se construirá la vida nueva. Esos materiales y esos diseños ya no sirven. Todo eso se derrumbó. Tenemos al frente una misión diferente. Es una tarea de construcción de futuro, de sociedad, de vida, de producción, de sueños.
¿Dónde está la voz de los jóvenes de las zonas afectadas; de esos jóvenes manabitas y esmeraldeños que tienen frente a sí un desafío tan doloroso como único y prometedor? Ellos deberían ser, precisamente, quienes tomen en sus manos la construcción de su futuro. Y los demás deberemos estar ahí solidarios, acompañándoles.