Ni voto mercancía…
El voto es un pilar de la democracia. A través de él, el pueblo designa a sus representantes para gobernar el Estado, ese conjunto de instituciones que fueron creadas para canalizar intereses contrapuestos que la sociedad civil y el mercado encierran en su interior.
Entonces el voto es un mecanismo político para resolver los conflictos sin utilizar la fuerza. Por eso, los diferentes sectores se disputan el voto para acceder al control del Estado. Tal acceso sería para trabajar por el bien común. En la práctica, muchas veces, se ha usado para beneficiar intereses privados.
Entonces, el Estado, espacio donde se resolverían los problemas colectivos, se transforma en instrumento autoritario, fuerte o débil, que garantiza los negocios de las corporaciones ávidas de dinero y, los emergentes intereses del crimen organizado. Adiós Estado de derecho… Adiós democracia. En este marco el voto es utilizado como ropaje para cubrir de legitimidad la concentración irracional de dinero.
El voto es una relación entre seres humanos. Hay distintos tipos de relaciones y, por tanto, de votos. Unos son fruto de la confianza y reciprocidad. Otros son expresión de una fría y calculada transacción mercantil, de compra y venta.
Si el voto tiene por base la confianza, la política fluye y construye un engranaje de mutuas lealtades, objetivos, que fortalecen la democracia representativa y la paz. Si tú me das el voto, yo prometo canalizar tus demandas al Estado. Soy tu representante. Pero si no cumplo y aprovecho del poder para beneficio personal o para otros intereses, se rompe la relación, irrumpe la traición. Se hace trizas la confianza. Tu ira y rebelión son legítimas. Exiges que deje la representación.
La ruptura puede ser temporal o definitiva. Esta es la situación actual de la política en el Ecuador. El pueblo ha sido tantas veces traicionado, por lo que no cree en los políticos, incluso en aquellos honestos que hablan con la verdad. Tal hecho crea las condiciones para el aumento del voto mercancía, que valida el rito, los procesos electorales, necesarios para la democracia de papel.
El mercantilismo político, barnizado de populismo y mesianismo, aprovecha de las necesidades extremas y de la ignorancia de la gente, para repetir, como cientos de veces en campañas electorales pasadas, la compra de votos con camisetas, víveres, o promesas de dinero. La política se degrada y corrompe. Y si llega al poder, depura en el Estado la maquinaria de control colectivo con bonos, puestos en la burocracia, contratos, multiplicando clientelas sumisas, oportunistas, y cada vez más pobres. El voto mercancía es una degeneración de la democracia y de la economía.
Ni voto por las corporaciones ni voto mercancía. Tampoco voto nulo. El país para no hundirse más, requiere del voto confianza, voto útil, que reconstruya el Estado de Derechos y la democracia.