Ventriloquia, de ventrilocuus: “el que habla con el vientre”. Surgió en la Antigua Grecia y conservó su esencia religiosa hasta la Modernidad, cuando devino espectáculo abierto. Los griegos creían que los sonidos del estómago constituían el lenguaje de los muertos y dialogaban con ellos mediante la ventriloquia. Ilusionismo, magia, “voz sin persona”. El ventrílocuo adiestra su vientre y, manteniendo inmóviles sus labios o moviéndolos apenas, traslada su voz desde esa zona de su cuerpo a un muñeco de utilería.
El ventrílocuo insufla de vida a su “maniquí” al cederle su voz y zarandear su cuerpo de trapo a fin de conciliar sus movimientos con lo que dice. Diálogos hilados por bromas y sarcasmos sobre personajes o fulminantes enredos. Niños y adultos ríen con la danza desmañada de la marioneta contrapunteando con el ventrílocuo.
¿Simple acto escénico de entretenimiento? Baudelaire distingue dos clases de comicidad: la anecdótica y la eterna, la que se proyecta en el tiempo. La ventriloquia oscila entre las dos. Tensión entre dos voces: poder y vida. “¿La voz de la vida?”, pregunta Germán Prósperi en su libro Vientres que hablan. La ventriloquia ha tenido creadores míticos y también menores y falsos.
El digitalismo ha devastado muchos “entretenimientos”, entre ellos la ventriloquia. Insólita, festiva, diabólica; ciencia y arte o mera práctica ilusionista la ventriloquia convirtió al muñeco en su álter ego, acaso porque es parte consustancial de la condición humana.
En nuestro medio, flagelado por crímenes nefandos, pervirtiendo este arte, zumba una voz de ventrílocuo siglo XXI. Dispone a sus prosélitos mimetizarse en rebaño ovejero y así posan para la historia; trasplanta su voz a la postulante de su trono, y así opera la ungida, o descerraja un proyectil más perverso que la bala fratricida, proclamando que su adversario le sirve más muerto que vivo, y la mayoría guarda un silencio parecido a la cobardía.
¿Quemar el miedo para merecer la dignidad?