Venezuela es un país que se ha venido apagando en los últimos años. Los recientes cortes de luz, que empezaron el jueves pasado, parecen recordar nuevamente que la crisis económica, social y humanitaria continúa extendiéndose como el apagón, que hasta ayer afectaba a 22 de los 23 estados.
Con la falta de energía eléctrica se están complicando servicios públicos como la telefonía, la Internet, el suministro de agua, la atención en hospitales, la operación del Metro de Caracas, pero también se han cerrado escuelas y dependencias públicas y privadas etc. Para unos, la afectación no es tan grave, pues antes del apagón ya tenían problemas para abastecerse de agua, comprar o vender alimentos, o tener un lugar para ir a trabajar.
De todas formas, los cortes de energía no hacen otra cosa que profundizar los problemas existentes por lo que necesitan ser superados, así como las diferencias entre chavistas y opositores, que en estos días se han limitado a discutir sobre si el responsable de los cortes de luz es el imperialismo o el Gobierno. Los unos están convencidos que hubo un sabotaje de las fuerzas del imperio en la central hidroeléctrica Guri, que abastece al 70% del territorio venezolano; los otros creen que el apagón es producto de la falta de mantenimiento de la infraestructura eléctrica, como se viene advirtiendo desde el 2017.
Quizá el problema del apagón y la reparación de la central Guri sea el más fácil de resolver, ya que Venezuela tiene problemas más profundos y que se han deteriorado en los últimos cinco años. El país bolivariano es el único de América Latina -junto con Belice- donde aumenta el hambre, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En su informe anual presentado en septiembre pasado, dijo que el número de venezolanos infraalimentados alcanzó los 3,7 millones (aproximadamente el 12% de la población) en el período 2015-2017. Son casi un millón de personas más que una década atrás.
Asimismo, la tasa neta de matrícula de educación primaria y secundaria empezó a caer desde hace cinco años, según la Comisión Económica para América Latina (Cepal). Esto significa que menos niños están acudiendo a la escuela, lo cual hipoteca su futuro y los condena a la pobreza o, en el mejor de los casos, a tener trabajos de baja remuneración.
Otro estudio basado en la Encuesta de Condiciones de Vida del 2017 evidenció que el peso promedio de los venezolanos fue 11 kilogramos menor respecto a un año antes. No hace falta mencionar que la hiperinflación, que ya alcanza los diez dígitos, pulveriza cualquier ingreso de la población y su posibilidad de acceder a productos básicos. En el período 2012-2017 Venezuela cayó 16 puestos en el Índice de Desarrollo Humano, y todo apunta a que este indicador se irá deteriorando aún más, a menos que la población y sus líderes encuentren una salida en medio de la actual oscuridad.