Durante siglos la viruela había matado a millones de personas y devastado civilizaciones enteras. En 1796 el médico inglés, Dr. Edward Jenner, observó que mujeres que ordeñaban vacas no adquirían viruela humana. Extrajo pus de una ampolla de la mano de la ordeñadora Sarah Nelmes, y la inoculó al niño James Phipps, de 8 años y pese a que lo expuso, dos semanas después a la infección, no se contagió, ni tuvo síntomas. Se había producido la inmunización a la viruela y con ella la salvación de innumerables vidas.
El emperador español Carlos IV, designó una expedición humanitaria, dirigida por los doctores Balmis y Salvani, para que trajera la vacuna al Nuevo Mundo. En esa época (1803) por mar, mediante la inoculación de brazo a brazo del contenido pustuloso, cada diez días, en cada uno de los 22 niños huérfanos que la transportaron. Varias epidemias han atacado a la humanidad, con bacterias muy agresivas y virus tremendamente nocivos, felizmente la biotecnología, la genética y las ciencias biológicas han alcanzado un desarrollo que permite elaborar vacunas para determinadas partes de la estructura genética de los virus, de tal manera que, aunque la mutación sea una característica viral, las vacunas uni, bi o trivalentes son indispensables para evitar la muerte y las complicaciones graves de las personas que se infecten.
Nuestra patria está severamente infectada por bacterias y virus que mutan, se multiplican y arrasan: corrupción, narcotráfico, sicariato, crimen organizado, justicia deshecha, políticos deshonestos. ¿Podremos luchar contra ellos? ¡Si!… contaremos con las vacunas específicas para esta epidemia: permitir la extradición de los delincuentes causantes del crimen organizado transnacional, brindar autonomía a la Fiscal General del Estado, disminuir el número de legisladores, quitar las capacidades nominativas de autoridades de control del disfuncional CPCCS, disminuir el excesivo número de movimientos políticos y evitar la afiliación fraudulenta a los partidos.
Vacunemos al país, lo salvemos.