La conocí hace varios años en la Universidad. Su sentido del humor, su simpatía y su inteligencia lograron convertirnos pronto en grandes amigos. Fiestas, cines, conciertos o lo que hubiera eran siempre lugar de encuentro con el hermoso grupo de amigos que formamos, sobre todo sus legendarias fiestas de disfraces por su cumpleaños. Luego, el destino, el universo, la vida o lo que fuere, hizo que se casara con otro gran amigo, lo que hizo a nuestra amistad más sólida.
Siempre sus intereses estuvieron dedicados a la búsqueda de la igualdad de género y a la lucha por los derechos de las mujeres y de las minorías. Fue, sin lugar a dudas, mi mejor maestra de feminismo. Cuando opté por hacer mi tesis de doctorado sobre acciones afirmativas para evitar la discriminación de las mujeres en el trabajo, se volcó a ayudarme sin reparos, con esa generosidad que le caracterizaba. Así, de esa tesis, lo mejor le pertenece.
Lo que más admiré es que sus luchas jamás fueron dogmáticas. Podíamos sentarnos a hablar sobre nuestras personales perspectivas sobre feminismo o cualquier otro tema y nunca entre nosotros hubo un desacuerdo que pudiera incidir en el respeto y cariño mutuos. Esa ecuanimidad y respeto por el otro aunque no compartiera sus ideas, y que tanta falta hacen en los debates actuales, eran su marca personal en todas las actividades que llevó a cabo en su inclaudicable búsqueda de la igualdad que llevó adelante hasta el final.
Ahora se ha ido y las lágrimas no dejan de brotar, no solo porque la extrañaré siempre, también por mi amigo Farith, por sus hermanos, por sus padres, por sus sobrinos y por todos quienes la tuvieron y la conocieron y a los que con seguridad dejó marcados como a mí. Mi homenaje a tu memoria será siempre seguir esa senda de defensa de los más vulnerables que dejaste trazada y recordar siempre la alegría que emanabas. Como te dije en nuestra última conversación: “Te quieromucho, Cecilia Valdivieso” y atesoraré por siempre tu respuesta: “yo te quiero más”.