Una supuesta frase atribuida al profeta del Islam, y convertida en refrán popular reza “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña”.
Esta metáfora de la importancia de redoblar los esfuerzos para superar obstáculos y lograr los objetivos, que muchos creen está en el Corán, es en realidad una fábula del filósofo inglés Francis Bacon para ilustrar una de sus teorías. En la visión del pionero del método experimental, Mahoma les dijo a sus discípulos que llamaría a una montaña, que ésta se acercaría y que, desde su cima, daría un discurso. Como lo prometido no ocurrió, Mahoma caminó hacia la montaña mientras profería sus memorables palabras.
En analogía con la política, podríamos decir “si la ciudadanía no va a la política, la política va hacia la ciudadanía”. Y, para ello, una de las herramientas más eficaces es sin dudas la comunicación política. Una comunicación entendida, claro está, en sentido amplio. No sólo enfocada en las campañas, sino en la comunicación diaria de gestión, lo que se conoce como “comunicación gubernamental”.
Este tipo de comunicación va mucho más allá de la mera transmisión de actos de gobierno, e incluye la cada vez más importante comunicación no verbal, aquellos gestos e imágenes que, buscando pasar desapercibidos, tienen la intención de sugerir o denotar implícitamente determinadas lecturas.
En este marco, la reciente visita del Presidente de los Estados Unidos a la máxima autoridad de la Iglesia Católica, puede leerse como parte de una estrategia de comunicación política, y un ejemplo más de los gestos que buscan “humanizar” a los dirigentes.
Teniendo en cuenta que Trump asumió en enero pasado, uno podría estar tentado en suponer que la campaña electoral llegó a su fin. Sin embargo, el polémico presidente estadounidense parece –al igual que sus antecesores en el ala oeste de la Casa Blanca- abrazar el concepto de “campaña permanente” en boga desde los tiempos de Jimmy Carter, con el fin de reforzar la confianza depositada en él en las urnas y seguir construyendo legitimidad.
El hecho de visitar al Papa –y, sobre todo, la ansiada foto -, no es ni casual ni meramente protocolar, sino un cuidado intento de proyectar una imagen. Una foto con una figura como Francisco, permite proyectar una imagen de conciliación, de diálogo, atributos que más allá de los matices, son fundamentales en la imagen de todos los políticos.
Sería un error subestimar el impacto de este tipo de acontecimientos en la opinión pública. Trump parece estar queriendo apaciguar su discurso tan beligerante de campaña con estas acciones, buscando proyectar una imagen que incluye el diálogo y tolerancia.
Lógicamente habrá que ver si sus acciones concretas en el poder son congruentes con estos mensajes, de lo que dará cuentas el siempre implacable juicio de la historia.
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