En el afán de dar credibilidad a su tantas veces anunciada como desmentida intención de no presentar su candidatura para las elecciones del 2017, Rafael Correa, después de obtener que la Asamblea reforme la Constitución para permitir la reelección indefinida y apruebe una norma para que tal reforma no rija sino después del 2017, ha sugerido, entre otros, tres nombres como posibles sucesores en Carondelet: Lenín Moreno, Jorge Glas y Gabriela Rivadeneira.
Independientemente de los méritos que los tres pudieran tener, no hay duda que el país necesita, para salir de la crisis en que se encuentra, no solo el cambio de personas en la jefatura del Estado sino una verdadera y completa sustitución del fracasado modelo correísta por otro que restituya, con buenos argumentos, las esperanzas del pueblo.
Somos más, muchísimos más, los ecuatorianos que nunca creímos o no creemos en el socialismo del siglo XXI, disfraz con el que se pretendió dar vigencia a una ideología de lucha de clases que pasó a la historia como uno de los más estruendosos fracasos de organización social. No han bastado ni la implosión y fragmentación de la Unión Soviética ni la caída del Muro de Berlín ni las lecciones de realismo político de Pekín ni las crisis de Venezuela o Corea del Norte ni los fracasos de todo intento político fundado en la división maniquea entre buenos y malos, para inducir al correísmo a modificar sus esquemas de pensamiento. La herencia más pavorosa que nos dejan estos 10 años de prédicas, que confunden la justicia con la venganza, es un Ecuador fragmentado y aparentemente irreconciliable.
De nada valdrá que un Moreno, de reconocida jovialidad, se presente como la nueva cara de la revolución, de nada que Glas ofrezca poner el acento en el manejo pragmático de la economía. Los dos y, con mayor razón, Gabriela Rivadeneira serían vistos como continuadores de las políticas equivocadas del actual Gobierno. Lo que quiere el pueblo es que nuevos actores, orientados por nuevos programas y políticas, basados en la ética y la legalidad, recorran con claridad los caminos más idóneos, en lo interno y en lo externo, para garantizar desarrollo y paz social y restablecer así la unidad nacional.
El Ecuador debe profundizar los cambios sociales para que las oportunidades de progreso se ofrezcan por igual a ricos y pobres. No necesita refundarse en cada elección presidencial sino, aprovechar lo bueno que todos los gobiernos –en mayor o menor medida- han entregado al país, para construir su futuro. Para eso es indispensable anular la herencia de división y prepotencia que nos ha llevado, después de 10 años de autoritarismo, a la crisis que ahora nos agobia.
Por todo eso, la opción no puede consistir simplemente en reemplazar al “jaguar andino” con tres tristes tigres.
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