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El sorpresivo foro

Después de un prolongado silencio que, salvo valientes excepciones, ubicadas en sectores de la dirigencia indígena, en curules legislativas indomables y en decepcionados del aleluya revolucionario, un grupo civil optó por la presencia. Lo hace fundamentado en las normas de la democracia de siempre: estado de derecho, garantías fundamentales y respeto a la Constitución. La mayoría de los convocantes fueron parte de los gobiernos hoy señalados oprobiosamente como los de la ‘partidocracia’; sin embargo, tienen un perfil que no es despreciable: están en el Ecuador, caminan por sus calles, sufren una estigmatización permanente por parte del Gobierno y nunca se obnubilaron paranoicamente por el poder.

En estas condiciones, decidieron expresarse y demandar que se cumplan con las reglas del juego democrático ante el incontenible aluvión del mesianismo revolucionario. Debe suponerse que en su impronta existen convicciones irreductibles: no son dueños de la verdad y solo ejercen sus derechos de asociación y la libertad de expresión. Extrapolando etapas, edades y circunstancias son como aquellos legisladores de EE.UU. que luego de proclamada la Constitución de 1787 la enmendaron -no reformaron- y precisaron los principios de libertad religiosa, de asociación y de expresión.

El Ecuador como sociedad y como Estado no ha sufrido traumas desde 1941 y 1942, salvo que se añada el descalabro bancario de 1979. Ha existido de todo: caudillismo folclórico y del ilustrado, inestabilidad constante, prepotencia militar antes de la paz de Brasilia, justicia politizada y un caos institucional que solo evoluciona en escaños descendientes para deshonor de la República. Por razones desconocidas, probablemente atávicas, nunca se forjó un acuerdo ni concertación trascendente. Se privilegió la confrontación y el maniqueísmo; por eso, los días actuales son su más emblemático epílogo. Sin embargo en cien años no ha existido una violenta insubordinación, ni el Estado ha sido identificado como un horrendo represor. La izquierda tan perseguida y martirizada en otras latitudes, sobrevivió en sus reductos culturales con relativa calma y hoy, parte de ella, sin el apremio de los desafíos de una revolución verdadera, goza de los placeres de una burocracia nutrida de la prodigalidad fiscal. En sus caras y en sus gestos parece repetirse aquella estrofa del célebre tango argentino: “hoy todo ha cambiado, el músculo duerme, la ambición descansa' ‘

La integración del Cauce Democrático no debe ser interpretada como un proyecto desestabilizador, anticonstitucional o antidemocrático. Se trata simplemente de abrir una ventana política que inexplicablemente fue cerrada por ellos mismos desde adentro. En eso, el presidente Correa no tiene ninguna culpa de un ostracismo impregnado de una culposa ociosidad.