No me refiero al sabotaje contra Ecuador que lleva a cabo el agente correísta Gillaume Long en Ginebra desde que era embajador del presidente Moreno. Guapo, elegante, políglota, el ineficiente pero bien remunerado Long era tan descarado que, siendo canciller ecuatoriano, pretendió ingresar al Reino Unido con su pasaporte británico para resolver el problema de Julian Assange entre ingleses.
Tampoco apunto al sabotaje que, desde nuestra embajada en Londres, realizó el jefe de Wikileaks contra la candidatura de Hillary Clinton, en colaboración con la inteligencia rusa. Assange había tenido el coraje de desafiar al ejército más poderoso del mundo, pero, fiel al género James Bond, prolongó sus actividades subversivas en la cama con unas suecas que pusieron el grito en el cielo. Entonces, para escapar de la justicia, cometió el peor error de su vida: se dejó embrujar por los cantos de sirena de un ‘insignificant’ caudillo tropical que andaba loco por figurar en la escena mundial. Años después, para liberarlo, la canciller Espinosa le dio cédula ecuatoriana y montó con los rusos un operativo tipo Chapulín Colorado que partía otra vez de la premisa de que los ingleses son unos soberanos giles.
El tema al que apunta este artículo es la flamante y polémica novela de Pérez-Reverte, que se llama ‘Sabotaje’ y ocurre en el París de 1937, cuando la capital francesa es un nido de espías, intelectuales comunistas y mujeres glamorosas, con el telón de fondo de la guerra civil de España, donde se enfrentan el fascismo con el estalinismo, los anarquistas y los pobres campesinos en un preámbulo sanguinario de la guerra mundial que se avecina.
Guapo, elegante, políglota, seductor irresistible, amoral, despiadado y letal, Lorenzo Falcó es un agente franquista enviado a París para derruir la imagen de un célebre escritor de izquierda (inspirado en André Malraux) que ha peleado en los cielos de España y cuya aura de héroe hiere a la Falange. Además, Falcó, a quien conocemos de novelas anteriores, debe impedir que Picasso concluya el mural que está pintando para el pabellón español de la Exposición de París: el ‘Guernica’, ni más ni menos.
En este escenario de lucha ideológica, más allá de las persecuciones, ejecuciones, diálogos ingeniosos y polvos exuberantes, no hay buenos y malos por definición, los personajes se mueven según unos códigos morales que responden a intereses variables. Aunque todos tienen su lado oscuro, el target favorito de Pérez-Reverte en este libro son los escritores alcohólicos y fatuos como Gatewood (Hemingway) y el mismo Picasso, a quien acusa de no haber pintado el ‘Guernica’ por patriotismo sino por plata.
Acá también necesitamos un novelista de fuste que desnude las pasiones que mueven a oscuros personajes como Guillaume Long, el agente Chicaiza y alias Carlitos, el secuestrador frustrado.
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