Roedores
El ratón continúa siendo el arquetipo de los roedores. Antiguo, sigiloso, despabilado, entra y sale de sus nimias guaridas buscando la despensa o algo que se le asemeje para poder subsistir mal o bien según pertenezcan a reinados, monasterios, haciendas, mansiones o viviendas exiguas.
Ratones de campo y de ciudad. Los primeros pueden devastar sembríos y cosechas; los segundos han devenido en primorosas y aromatizadas mascotas o, vivos y congelados, para alimento, según el sibaritismo de carnívoros en cautividad.
Atléticos y fecundos, aptos para resistir las mayores adversidades, inofensivos, salvo cuando portan pestes o enfermedades, los ratones temen al ser humano, pero son personajes de cuentos infantiles, películas animadas, videojuegos, tiras cómicas… desde cuando a Walt Disney se le ocurrió crear la emblemática figura de Mickey Mouse para su saga fílmica animada.
Ratones héroes, villanos, reyes o indigentes, justos o malandrines, nobles o plebeyos, cocineros y eviternos trashumantes.
Cuando nos referimos a personajes públicos con el remoquete de ‘ratón’ acaso estamos ofendiendo al animalillo.
En todo caso, los ratones humanos proliferan en el campo evanescente de la política. Son ‘personajes’ que están en todas partes pero nadie les puede ver.
Como por ensalmo, en el país del Nunca Jamás, asomó una colonia de roedores orates. Uno de ellos destacó por sus monsergas y dislates, sus bravatas con famélicos adolescentes y vendedoras de barrio, su discurso de loro feriante y su ego oceánico y tormentoso, coronándose monarca, y ellos/as vivieron felices a sus pies postrados.
Todo lo devastó el monarca y su séquito. No conforme con su saqueo en cuerpo y alma de su país del Nunca Jamás, sátrapa redomado, eliminó a cuantos se oponían a sus desafueros, humilló a quienes discrepaban con sus absolutismos, dispuso que sus aviones lleven como tripulantes los tesoros usurpados, intrigó con sus peroratas olientes a naftalina –aquel que expele su difunta ideología–, descerebró a su séquito y sembró odio.
Sin embargo, suele aparecer, cojeando y salivando, con nuevos e infalibles planes, para remover a quien lo reemplazó en el poder. Desde su lejana cavidad, lanza dardos y centellas contra su país del Nunca Jamás, soñando en su imposible retorno.
No todos/as los prosélitos del resentido ratón le fueron fieles.
Por allí fungen roedores, felpudos del ratón monarca, que a pasos lerdos pasaron a servir al sucesor.
Por allá, desfachatados/as, retozan embajadoras y embajadores, vástagos del monarca orate, seguros de que, a su regreso, traerán gruesas chequeras (fruto de sus ‘ahorros’), y, exentos de gravámenes, lucirán lujosos automóviles en los cuales irán a visitar la estatua de un delincuente de la política de la comarca grande que sigue, impertérrito, mirando en lontananza el oro que robó a su pueblo, oculto en sus idolatradas cajas fuertes sin que a nadie le importe un rábano.
Columnista invitado