Guillermo Lasso se posesionó cerrando el hueco fiscal. Una empinada elevación de impuestos junto a un alza en el precio del petróleo. Los ingresos subieron mucho más fuertemente de lo previsto en el acuerdo con el Fondo Monetario. Se había dado un paso en firme para la solución del problema fiscal.
Pero el respiro duró poco. Hay nuevos gastos: las concesiones a la Conaie, el aumento de subsidio a los combustibles y la necesidad de incrementar la fuerza policial. Y para colmo la Corte Constitucional ratificó la constitucionalidad del alza salarial a los maestros a pesar que no se dispuso su financiamiento, abriendo una brecha de USD 450 millones anuales.
Una vez más, se prueba que la solución al problema fiscal no es elevar impuestos. Porque ni bien se elevan, la administración pública y los políticos ven la oportunidad de incrementar el gasto, con lo que el boquete fiscal se reabre. El sacrificio de los contribuyentes es en vano.
Son dos décadas de dolarización, y seguimos gastando como con moneda propia. Cuando teníamos el sucre, el Banco Central emitía y le entregaba el dinero a Finanzas. Esta emisión causaba inflación, lo que desembocaba en devaluación. Todos, en particular los asalariados, perdían poder de compra. Era la manera de reducir el costo burocrático, puesto que, aunque los sueldos no variaban, o incluso subían, en términos reales perdían valor. En lugar de impuestos, el mayor gasto se trasladaba a los ciudadanos vía inflación.
Hoy no hay cómo emitir sin respaldo, por lo que el lugar de la emisión del Central lo ocupan ahora los impuestos o la deuda pública. Y si no hay lo uno o lo otro, el gobierno no paga sus cuentas.
El problema fiscal no tendrá solución si no eliminamos las ineficiencias que antes se corregían devaluando. El Estado no debe crecer desmedidamente y esperar que los ciudadanos paguemos más para financiar su consumo. Debe ser todo lo contrario. El Estado está para servir al ciudadano, y no que el ciudadano esté para servir a la administración pública.