El presidente Arroyo

A las cinco de la tarde de anteayer, sábado 3 de setiembre, con asistencia de numerosa y selecta concurrencia, se celebró una misa solemne en el Cementerio General de Guayaquil, con ocasión del traslado a un severo mausoleo, expresamente construido, de los restos mortales del ex-Presidente de la República Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río y señora Elena Yerovi de Arroyo. El odio político y la inverecundia, por desgracia tan frecuentes y difíciles de vencer en países como el nuestro, se ensañaron contra el Presidente Arroyo sin tomar en cuenta ni los aspectos positivos de su rica y v vigorosa personalidad ni las dolorosas y difíciles circunstancias en que le tocó gobernar. Vienen a mi memoria, también en este caso, las palabras que escuché a uno de los personajes más ilustres del Ecuador, que me honró con su amistad, cuyo nombre se repetía, cada cierto tiempo, como candidato idóneo para la primera magistratura, posibilidad que nunca aceptó: “No deseo ni a mi peor enemigo que llegue a la presidencia de la República porque se desatarán contra él, en forma incontenible y desmedida, celos y envidias, dimes y diretes, diatribas e insultos. El odio se hará extensivo a sus familiares, le perseguirá mientras viva y no se librará de él ni siquiera con la muerte”.

A no pocos de nuestros mandatarios se les niega, sin que importe el tiempo transcurrido, la caritativa expresión ‘¡Paz en su tumba!’ Presuntas historias olvidan el inexorable deber de la imparcialidad: el historiador, luego de aquilatar en sus fuentes lo justo, lo recto y lo posible, debe valorar lo positivo y lo negativo, lo bueno y lo malo en cada personaje, las circunstancias de escenario y época y las opiniones favorables o la crítica, para solo entonces emitir su propio juicio. No es infrecuente ahora, en textos, monografías y ensayos, lanzar venablos y acumular dicterios contra Flores, García Moreno y Alfaro, como si aún estuvieran vivos.

También el Dr. Arroyo del Río ha sido víctima de esta manera de ‘historiar’, sin tomar en cuenta las difíciles condiciones en que llegó al poder y los ‘imponderables’ que debió afrontar: agresión peruana y derrota militar en 1941, coacción para la firma del Protocolo de Río en 1942 cuando aún había territorios ocupados por el agresor; II Guerra Mundial que privó al país de valiosas exportaciones y afligió todavía más nuestra economía, con merma de la producción, aumento de precios y encarecimiento de la canasta familiar; rabiosa oposición de los extremismos, todo lo cual explica en algo la dureza de la represión gubernamental.

Ahora, cuando descansan los restos del ex-Presidente Arroyo y señora en el mausoleo construido por sus nietos, y suscrito el último acuerdo que, pese a nuestro real triunfo en la Guerra de Tiwintza, ratifica en todas sus líneas el Protocolo de Río, debemos todos imponernos el deber de valorar los olvidados aspectos positivos del gobierno de Arroyo del Río.

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