Columnista invitada
La polarización política en Brasil es altamente peligrosa y causa verdaderos ataques de pánico entre los votantes, no se diga entre quienes escuchamos las resonancias de tambores de guerra del país más poblado y de mayor movimiento económico en América Latina.
El impacto de los resultados del 28 –fecha de la segunda vuelta- serán sentidos en toda la región. Lo grave, como parece suceder desde hace dos décadas, es que la opinión de la calle se centra en: votar por un homófobo, racista y autoritario o hacerlo por un corrupto, permisivo, que llevará a Brasil a la “venezuelización”.
La mayoría parece olvidar que se trata de ser representado en términos democráticos, que el equipo elegido respete las reglas del juego. El que conservar las costumbres de antaño sin comprender los cambios del presente en términos de derechos y demandas ya adquiridas por las luchas género o el derecho al aborto, no puede ser sino autoritario e impositivo.
Interesante advertir al lector que no son solo los católicos de ultraderecha que procuran hacerse de la vista gorda ante ello, sino una buena mayoría del 20% de evangélicos, una fuerza con gran presencia en aquel país.
El protagonismo militar que rodea a Bolsonaro y su propuesta vicepresidencial (ambos retirados del Ejército) es alarmante, como lo es su nostálgica mirada y declaraciones entusiasmadas frente a uno de los renglones más funestos de la historia de Brasil, la dictadura militar entre 1964 y 1985. Parecería ser, por las constantes declaraciones, de este candidato, que se dará carta blanca a la Policía…
Ser tradicional y conservar las costumbres; ser liberal en la economía, repite sin tregua Bolsonaro. ¿Es esto lo que se quiere para un país con altos índices de pobreza y escolarización baja en muchas de las regiones y barrios de las grandes ciudades brasileñas? ¿Sus declaraciones son estrategias políticas para asegurar una ganancia? Si así fuese, lo tildaríamos de embustero ¿no? ¿Podemos seguir machacando que el Partido de los Trabajadores ya tuvo la oportunidad de hacer lo que quiso y que terminó llevando al país a una tremenda recesión económica y al negocio corrupto con las grandes transnacionales. Y por ello se debe elegir al dictador fascista?
¿Es Fernando Haddad una simple mutación de Lula da Silva? Podremos pensar en él no como un simple heredero de votos que no tiene vida ni pensamiento propios? No será que después de tanta gestión y manejo del poder, el PT ha aprendido algo que se revierta en una praxis democrática más consciente y responsable? La ultraderechista francesa Jean Marie Le Pen cayó frente a Chirac en el 2002; deseemos que esta vez suceda lo mismo en Brasil. Y a pesar de lo dicho, por la urgencia de lo que se viene, es necesario repensar el sistema mismo de representación y gobernanza.