El Diario El Comercio, en la década de los sesenta, publicó el suplemento dominical “Hablemos”, que significó un referente para el público ecuatoriano. Aún conservo los ejemplares que coleccioné, y una sección especial que motiva este artículo.
Las palabras son expresiones del idioma y del alma. Sean orales, escritas o virtuales dan a conocer pensamientos, sentimientos y acciones en todas las lenguas y culturas. Con consonantes, vocales y sílabas se construyen y reproducen conceptos, frases y mensajes, que representan los más altos valores de la humanidad -el bien, el amor, la fraternidad, la paz y la solidaridad, y también los más bajos instintos -el mal, el egoísmo, la confrontación, la guerra y las injusticias-.
Las resonancias de las palabras impactan a las neuronas y también a los corazones, imbuidas por el miedo, el terror, la infidelidad, la irresponsabilidad, los intereses, el desaliento, el dolor y la enfermedad, y no siempre por la esperanza, el diálogo, la asertividad, la resiliencia, la salud física, mental y emocional, y la justicia.
En la cercanía de la fiesta de las fiestas para los cristianos, se repiten palabrasque inspiran. Basta un clic para inundar el ciberespacio de ideas que, lamentablemente, no se traducen en cambios de comportamientos. Algunas son filosóficas y bien intencionadas; otras huecas o vacías, que sirven para quedar bien o para manifestar un cumplimiento: cumplo y miento.
Sería interesante elaborar un mapa ético en cada familia, en cada comunidad y nación, para intentar un seguimiento de los valores mínimos a practicar -derechos y deberes-,como describe la filósofa española Adela Cortina.
Es tiempo de rescatar los mínimos que nos permitan sobrevivir ante los signos de maldad que se han instalado en la sociedad, y también en las instituciones que flaquean -la democracia, la justicia y el poder-. Y que las palabras no sean arrastradas por los vientos de la violencia, el odio, la indiferencia, el oportunismo y la falacia.
Coincido con Eduardo Galeano: “Me gusta la gente sentipensante que no separa la razón del corazón, que siente y piensa a la vez, sin divorciar la cabeza del cuerpo ni la emoción de la razón”.