La palabra de un presidente tiene un valor inusitado porque representa a todo el país, puede provocar la gloria o la ruina y puede ser corrosiva o constructiva. Los presidentes más poderosos del mundo solían tener a su disposición escritores y consejeros que preparaban sus discursos. Se cuenta que Ted Sorensen, el hombre que escribía los discursos para John Kennedy, le dijo al presidente que no podía escribir el discurso en el que se anunciaba al mundo el descubrimiento de misiles rusos en Cuba. La responsabilidad era tan pesada que no se creía capaz de encontrar las palabras apropiadas, según Thomas Putnam, director de la biblioteca Kennedy.
Así solía ser en el pasado, cuando los presidentes cuidaban sus palabras y leían sus discursos. Ahora los presidentes hablan a todas horas, improvisan todo y utilizan las redes sociales tal como las señoras del vecindario. El resultado es la banalización de la palabra oficial y el riesgo de hacer papelones como acaba de hacer el presidente argentino Alberto Fernández.
En una aparición ante la prensa con el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, el mandatario argentino, tratando de halagar al visitante y presumiendo de europeísmo dijo: “escribió alguna vez Octavio Paz que los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos, y eran barcos que venían de Europa”. En México y Brasil se desataron de inmediato protestas por las expresiones “racistas” y “xenófobas” de Fernández y, como suele ocurrir, el presidente ha tratado de disculparse, corregirse y justificarse, sin mucho acierto.
La frase no es de Octavio Paz, aunque el mexicano haya dicho una frase parecida: “Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos”. En realidad la frase que repitió Fernández pertenece al cantante argentino Litto Nebbia, como ha reconocido luego diciendo: “Litto Nebbia sintetiza mejor que yo el sentido real de mis palabras”, como si sus palabras fueran anteriores a las del cantante.
Tratando de ponerle un cierre al episodio, el presidente argentino ha enviado una carta de cuatro fojas al Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) pidiendo un estudio de sus expresiones y señalando: “Deseo aclarar mis convicciones profundas y sentidas sobre la población argentina y latinoamericana”.
La anécdota es aleccionadora y nos previene de los peligros de banalizar la palabra presidencial con las llamadas estrategias de comunicación, con el manejo de la política como espectáculo y con el uso de las redes sociales que reduce el mensaje a eslogan. El ejercicio de la Presidencia no es la prolongación de la campaña electoral. El estadista tiene autoridad cuando es auténtico, cuando descubre la fórmula para explicar verdades y cuando consigue decir lo que siente y hacer lo que dice.