La política local literalmente ha inundado nuestros medios de comunicación. Debido a intereses de la comunidad, pero también a los de la misma prensa, el tema de la libertad de expresión se lleva las palmas. La sensación: encerrados en nuestro propio laberinto, inmovilizados. Correa y su grupo han logrado captar –nuevamente y sin descanso- el centro de atención. En este estado de cosas, hasta los grandes problemas humanos como las masivas movilizaciones en Oriente han pasado a segundo y tercer planos.
Sin embargo, hay formas y herramientas muy sutiles para hablar de los nefastos ejercicios de poder, de burlar los controles y la censura de un Estado, de gritar a gritos la necesidad de paz.
El joven grupo ecuatoriano de teatro El Azar, en el 9 Festival Escenarios del Mundo celebrado en Cuenca, jugó de manera graciosa y dinámica con la figura del “eterno candidato”; la libertad humana desembarazada de las exigencias del mundo capitalista sobre el uso “productivo” del tiempo (de la novela ‘Momo’, Michael Ende), es una gran ‘a-puesta’ en escena de la Compañía Nacional de Danza (‘Desde el caparazón de la tortuga’). Un nuevo ‘Otelo’ de Shakespeare en escena del grupo chileno Viajeinmóvil; obra del psicólogo de las pasiones más bajas, toca las cuerdas más profundas sobre los celos y la voracidad del poder. Y lo hace genialmente usando títeres y máscaras; 4 personajes,dos de ellos desdoblados en marionetas. Del poder y sus peripecias también trata ‘Un enemigo del pueblo’ de Ibsen, adaptado por Roberto Aguilar, puesto en escena por los colectivos Cochebomba y Teatro Nacional Sucre.
Si bien el Festival no encauzó una temática ni un género en particular, es sintomático que al menos la mitad de colectivos y grupos actorales ha escogido el tema del poder, del ejercicio cruento del poder. Y el fenómeno no es de ahora, sucede desde siempre. Por ello, el teatro ha sido la gran plataforma de reflexión y de crítica social, de resistencia en las diversas culturas. Las iglesias y los políticos de turno le han temido y han tratado de ejercer un fuerte control sobre el mismo a través de los censores o la Policía.
Quizás para alejarnos -al menos momentáneamente- de discusiones políticas y de comunicadores, en muchas ocasiones superficiales, poco creativas y reiterativas, que no han hecho más que ir alejando a lectores, radioescuchas o televidentes, convendría que nuestros públicos se muevan y estén atentos a lo que artistas plásticos y escénicos tienen que decir sobre el ejercicio del poder (y otros muchos temas). Lo hacen, de veras, de modos más sutiles e inteligentes. Probablemente, sea esta una de las más jugosas lecciones y experiencias que nos dejan estos días de teatro, de públicos de 800 y 1 000 personas por función, en recintos cerrados y abiertos, de charlas y discusiones ‘after party’.
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