Entre tanta columna y cartas de ciudadanos que con razón de quejan de malas palabras, tortillas y perdones entre sonrisas, que trae de vuelta un retrógrado pensamiento y un triste ejemplo viniendo de una mujer, dedico mis palabras a otro tema.
En una de las sabatinas que, por lo general molestas, el Presidente emitió una frase que me causó una favorable impresión. Se refería a las Ciudades del Milenio que se han construido o están en proceso en la Amazonía, obvio, hacía hincapié en el desarrollo que traerá la explotación del Yasuní y él mismo, el Mashi, resaltó, al principio, entre tanta palabra, que las casas aunque dignas, eran feas y que, en el proceso, se había perdido la cultura, la identidad arquitectónica de esa zona específica. Así es, señor Presidente, el desarrollo sin planificación, aquel que se hace porque responde a intereses y no necesariamente a lo que usted prometió cuidar, el medioambiente, puede destruir no sólo la cultura sino la identidad de uno o más pueblos. La arquitectura de la etnia, zona y por ende nación, es parte de lo que son, es una impresión de su entorno, de los materiales endémicos de la zona, de su arte. Tiene razón, las nuevas y caras ciudades son lo más feo que he visto, parecen cirugía plástica, un cuerpo insertado artificialmente, aunque sirva para brindar vivienda y otros servicios esenciales y, según vi, muy buenos, a algunas familias. Razón tiene cuando dice que la arquitectura debía hacerse de acuerdo con las costumbres tradicionales, utilizando los materiales que no estén en peligro de extinción, con las hermosas formas originales que no desentonan con la selva circundante. Ojalá, alguien le escuche en su propio medio, el Gobierno y sus cientos de entidades, y no veamos desde las orillas de los ríos, al pasar en canoas estas horribles ciudades que parecen implantes mal ubicados .
Rápidamente, inteligente como es, dirigió su discurso interminable a los feos “monstruos de cuatro pisos” que se han construido a orillas del magnífico paisaje del Lago San Pablo, con horribles “ventanales azules y verdes reflectivos”. También tiene la verdad en su palabra, sólo que esto no sucede únicamente en esta zona, donde antes la vista paseaba apacible por la belleza natural, sino que se ha convertido en una enfermedad contagiosa que se palpa, vaya por la carretera que vaya.
No es culpa de inocentes ciudadanos con medidos recursos, sin idea de lo que es arquitectura o cultura. Culpa de los municipios que no controlan la construcción, que permiten cuatro pisos al borde de un lago o en las preciosas e históricas plazas de los pueblos y que dan permisos a diestra y siniestra. Señor Presidente usted conoce Europa, con paisajes similares, ponga en orden el tema y que funcionen las ordenanzas. Recuerde, ¡Ecuador es país turístico!