De ser equivalente a un valor, la moneda pasó a ser su símbolo. De un peso oro, que valía así por lo que contenía, pasamos a tener una moneda que simplemente lo representaba. De símbolo en símbolo tenemos un papel que dice valer algo que no se sabe qué mismo puede ser, pues varía en el mercado tanto el metal hipotético que lo respalda como el valor que encarna. Y sin embargo, todos queremos creer que vale algo más que su papel. La moneda así es uno de los símbolos mayores al cual los contemporáneos damos fe. Pero en este mundo del mercado, también este símbolo puede subir y bajar el valor hipotético que representa. O sea, cambia el valor simbólico. Y no todo tiene que ver necesariamente con la economía que la respalda. Estados Unidos es un ejemplo; su dólar vale más que la economía que le respalda. Pesa porque la mayoría del planeta se confía en la más potente economía mundial, también porque los EE.UU. dicen que garantizan su valor y la gente del mundo los cree y adquiere dólares, aunque como ahora bien puede pasar que ya no puedan garantizar su valor. Elementos simbólicos materiales y no hacen las monedas.
Por eso, qué penita tan profunda, de esas que carcomen los adentros y lastiman el amor propio, debemos tener los ecuatorianos al no tener moneda y vivir con una ajena. Para los pragmáticos eso no cuenta. Pero esos valores simbólicos pesan más que oro en polvo para un pueblo. No es solo que Ecuador no tiene política monetaria, valioso instrumento de política económica en varias circunstancias, sino que un símbolo clave de identidad y pertenencia se deshizo.
Pero recuperar la moneda, que debería ser proyecto nacional, parece ahora utópico o irrealizable. Hoy para los ecuatorianos el dólar es garantía de estabilidad y espantapájaros de la inflación. Los más optimistas creen, inclusive, como justificación ante el alma nacional adolorida, que estamos a la vanguardia del futuro. Pero la crisis económica ya real o por venir nos reenvía a una realidad más cruel: también podemos hundirnos con la moneda fuerte.
Por eso, la propuesta de Correa de tener una moneda regional sólida es buena iniciativa, a condición de definir pragmáticamente su camino y las condiciones propicias para ello. No hay un solo camino para disponer de varias defensas monetarias. Contrariamente a la idea de una moneda mundial, la realidad nos dice que por ahora conviene más bien multiplicar las defensas monetarias. Es la lección actual.
Por eso era oportuna la idea, frustrada ahora, y defendida por China y D. Strauss-Khan, de disponer de bonos (DTE) emitidos por el FMI, útiles para ciertas transacciones o para ahorro y paralelos a la existencia de monedas fuertes. América Latina podría también seguir este camino para salir de su arriesgada dependencia del dólar.