Las élites y políticos coloniales de Latinoamérica han logrado enraizar la idea que la educación europea o norteamericana es mejor que la nuestra. Hasta la SENESCYT, cuando registra un título hace distinción expresa: título nacional o extranjero. Los candidatos que han podido estudiar en algún país europeo o norteamericano presumen que están preparados para gobernarnos. ¿Cuán real esto?
No siempre es real. Hace unos treinta años fui al Yasuní a una comunidad wao. Al regreso me alojé en una comunidad quichua del río Napo, cerca a Nuevo Rocafuerte. Todas las familias estaban con paludismo. Al salir de allí, fui a una reunión internacional en un país extranjero. El paludismo se activa a las dos semanas, como el corona virus. Sentí los síntomas. Me llevaron a una gran clínica. Me atendieron los expertos. No sirvió. Cuando regresé, mi madre analfabeta me curó con agua de quínoa. Esos médicos, seguramente eran buenos para su medio, pero no para enfermedades de nuestra Tierra.
La conclusión de esto es que el mito de la educación extranjera tiene que ser matizado. Si es un posgrado en ingenierías y medicina puede ser útil. No porque las clases teóricas sean mejores, sino por el aprendizaje sobre equipos tecnológicos. El pregrado hay que estudiar aquí.
Hasta en las universidades está la moda. A todo doctorado, después de la maestría, lo llaman PhD. El PhD quiere decir Philosophy Doctor. En castellano solo significa Doctor en Filosofía. El Ecuador ha desperdiciado millones de dólares en contratar equipos de consultores extranjeros para educación durante los últimos veinte años. Sin embargo, los principales problemas de aprendizaje en matemáticas, ciencias, lectoescritura, etc., subsisten. Los PhD en economía, nos han llevado al desastre económico y de seguridad que ahora vivimos. Valoremos nuestra propia educación. Las soluciones no vendrán de fuera.