Una manera poco académica, pero muy ilustrativa, para ver cuáles son las expectativas económicas de los ecuatorianos, es analizar cuáles son las preguntas que el público en general hace a los “analistas” económicos. Y como el autor de esta columna es ocasionalmente considerado como analista, puede ser interesante revisar el tipo de consultas que suele recibir.
Porque hace unos cinco años, la pregunta más común que solían hacerle a este articulista era “¿economista, economista, será que la dolarización va a colapsar?” y claro, la respuesta solía ser una larga explicación de la solidez monetaria, de cómo la estructura misma del sistema debía limitar la capacidad destructiva del gobierno, pero claro, que si se seguía abusando del Banco Central se podría llegar a un punto en el que el sistema se vuelva demasiado vulnerable y en el que un shock inesperado podría causar un grave daño.
Las preguntas que seguían solían reflejar los altos niveles de preocupación reinante en la población.
¿Qué tipo de shocks podrían desatar una crisis? ¿Qué formas podría tener esa crisis? ¿Empezaría la crisis en los bancos o sería un tema que arrancaría por los problemas de fiscales? ¿Cuán grave era el déficit fiscal?
Obviamente, eran preguntas complejísimas y de muy difícil respuesta, sobre todo porque no importaba qué se diga, toda respuesta generaba decenas de repreguntas, cada una más compleja que la otra.
Usualmente, todo terminaba en desarrollar escenarios, tremendamente especulativos, llenos de “en caso de”, “si es que” o “suponiendo que”.
Poco antes de la primera vuelta las preguntas tuvieron una pequeña variación hacia “¿Y si gana Arauz, cuánto tiempo de vida le queda a la dolarización?”. Ni hablar del nivel de especulación que se abría al buscar respuesta a esa pregunta (de por sí, especulativa).
Pero desde el 11 de abril, la pregunta de arranque de las conversaciones cambió radicalmente. De golpe, todos se olvidaron de la dolarización y empezaron a hablar de las oportunidades. El tema más común dejó de rondar el colapso del sistema monetario y pasó a ser sobre la viabilidad de potenciales negocios.
“¿Cree que tenga sentido invertir en el sector XXX o será preferible hacerlo en el sector YYY?”. Extraordinario. Un cambio de 180 grados que sí tiene lógica.
Porque cuando se tiene la tranquilidad de que el gobierno se está encargando de garantizar la estabilidad económica, entonces el sector privado puede enfocar sus energías a su cometido principal: la producción. Y ahí es donde se conecta una buena política macroeconómica (que garantiza la estabilidad), con el resto de la economía que se puede dedicar a producir.
¡Vivan los macroeconomistas!