La vida de los seres humanos, individual y colectiva, por perfecta que sea, está caracterizada por acciones positivas y negativas. Son la intensidad y la frecuencia, con que se suceden, las que califican a esta existencia.
Si, en la burocracia que gobernó y saqueó al país, primó el irrespeto a la libertad de expresión, hubo intromisión dictatorial en todas las funciones del Estado, se acomodaron la constitución, las leyes de control y la justicia al proyecto orientado a cubrir con impunidad los innumerables actos de corrupción, que convirtieron en magnates a los ex gobernantes y empobrecieron más a las clases populares, se instauró el dominio de lo negativo sobre lo positivo en una gestión gubernamental prolongada y perjudicial para las mayorías nacionales y provechosa para los bolsillos de esos burócratas.
Advino el nuevo gobierno, el cambio fue notorio, resplandecieron la libertad de expresión, la tolerancia y el respeto al pensamiento diferente. Llegó la pandemia y el combate gubernamental fue ejemplar y muy exitoso. Consiguió mejorar las condiciones de las pésima y dudosamente negociadas deudas que atan, como pesada herencia al país; activó convenios comerciales internacionales; mejoró la macroeconomía y decretó un canje de deuda por programas de mantenimiento y preservación de las Islas Galápagos, en una transacción que ahorrará al Ecuador $1121 millones de dólares. Ha iniciado una lucha para terminar con la inveterada desnutrición crónica infantil.
El presidente Lasso tuvo inicialmente un asesoramiento que le alejó de la realidad de las grandes mayorías y lo presentó débil, dubitativo, terco y carente de adecuada comunicación, pero sus aciertos al disolver la tóxica Asamblea y no participar en el próximo proceso electoral, para evitar la fragmentación de sufragios y no favorecer a la corrupción, dan a su gestión un calificativo positivo.