Relevo generacional
El anuncio de Juan Carlos de Borbón de abdicar el trono de España en favor de su hijo, ha generado reacciones de lo más dispersas. Muchos de los pronunciamientos han sido en contra de la existencia de un régimen monárquico.
Pero, buscando ser objetivos, habría que situar el análisis desde dos ópticas: una desde la institución política vigente; y, otra, desde la persona del Rey que ha declinado en favor de su heredero. La primera, cabe reconocer que por propia decisión del Rey, el régimen vigente en España no ha sido un reinado clásico en los que el monarca manejaba todos los poderes. En la época de transición del franquismo hacia el nuevo sistema, tuvo el cuidado de convertir el antiguo régimen en una democracia real, en la que los españoles, mediante el voto, integran las Cortes encargadas de las tareas legislativas y, por disposición constitucional, designan al Gobierno que tomará a su cargo las tareas del Ejecutivo. El Rey ejerce la jefatura del Estado, pero tiene funciones básicamente protocolarias. Por su propia personalidad, en los hechos, el Rey se convirtió en un verdadero embajador con funciones de promoción de su país.
No hay que dejar de reconocer tampoco que sus tareas impulsaban el concepto de la unidad iberoamericana y la cooperación ofrecida a muchos de los países de la región ha sido valiosa. La monarquía vigente en España no es la de la vieja usanza, en la que una persona englobaba todos los poderes; en los hechos, es una democracia de la que se debe tomar muchos elementos como ejemplo de la preeminencia institucional. Sobre este sistema, al que se le pueden tener reservas conceptuales, únicamente al pueblo español le corresponde pronunciarse sobre su vigencia o no. En el momento el proceso de investidura del nuevo Rey se hará de acuerdo con la normativa vigente, en la que los dos partidos mayoritarios han confluido para que proceda la transición. Hay voces que piden que se haga un plebiscito para que directamente sea el pueblo el que se pronuncie al respecto. Será una decisión que, en forma soberana, deberá ser tomada al interior de ese país, sobre lo cual es impertinente tratar de inmiscuirse por mucho que nos guste o no el esquema vigente.
En cuanto al segundo punto, la persona del Rey, hay que admitir que el Monarca saliente estuvo a la altura de los tiempos. Los recelos de quienes pensaron que la reinstalación del reinado iba a reeditar las tensiones existentes desde la guerra civil, desaparecieron cuando el Rey, ahora saliente, dio claras muestras de su convicción demócrata. Jugó un papel trascendental, imponiendo su talante que le llevó a granjearse el respeto de todos quienes, a su momento, tuvieron que interactuar con él.
Luego viene lo anecdótico, sobre lo que hay que pensar, que el solo hecho que una persona en los tiempos actuales se halle sometido desde su nacimiento a la mirada de todo el mundo, al escrutinio generalizado de lo que hace o deja de hacer, es razón suficiente como para deducir que los malos ratos deben abundar más de lo que se cree.
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