La comparación, por supuesto, es absolutamente asimétrica. De Gaulle fue una de las grandes figuras del siglo XX y líder salvador de Francia en tres oportunidades: durante la Segunda Guerra Mundial, de los alemanes; en 1958, de la ultraderecha francesa agrupada en la Organización del Ejército Secreto, y en 1968, de la anarquía ultraizquierdista.
No obstante su condición prócera, en 1969, propuso un referéndum a los franceses sobre un proyecto de reformas políticas. La elección le fue adversa, 53% de los ciudadanos votaron no. De Gaulle tomó el resultado como un retiro de la confianza a su liderazgo. Por eso, en un último gesto de grandeza política y patriotismo, la misma noche de los comicios anunció su renuncia, que hizo efectiva a las doce del siguiente día. Se produjeron entonces unas elecciones presidenciales y resultó favorecido por el voto popular Georges Pompidou, militante del movimiento gaullista.
En Venezuela hay una crisis mayor y más profunda que aquella que produjera la salida de De Gaulle. Sin obviar su incuestionable ilegitimidad de origen (primero, por haber obviado la Constitución para encargarse de la presidencia y, luego, por haber enturbiado los resultados electorales negándose a realizar las auditorías que solicitó la oposición), Maduro es el responsable directo y principal de: la inflación más alta del hemisferio, una acuciante escasez de productos básicos, la devaluación continuada del signo monetario, la inseguridad, la anarquía pública, el desempleo que ya no se puede disfrazar, la opacidad en la administración (los ciudadanos ignoran las cuentas de la República: los préstamos chinos, la entrega a los cubanos y países de la Alba, y, en particular, de una corrupción inimaginable en todos los estratos de la administración.
Maduro es responsable de la crispación política extraordinaria que experimenta Venezuela, aun dentro de los estándares chavistas, materializada en: la debilidad ante sus propios factores internos (Gobierno autoritario pero débil), la persecución a la disidencia, el abuso de autoridad, la perversión de los poderes del Estado, el discurso amenazante, la exclusión de vastos sectores de la sociedad, el encarcelamiento o amenaza a figuras opositoras y el acoso a la prensa. La creación del Cesspa (adefesio para perseguir a la oposición que además peca de anticonstitucional) es la guinda del pastel.
La persistencia de Maduro en el error es tan firme que la percepción generalizada es que las cosas van a empeorar. Y su proyección, aun por parte del venezolano más cándido, lleva a concluir que sería catastrófico mantener esta situación por cinco años y seis meses más. El elemental patriotismo conduce a pensar que algo hay que hacer, dentro de la Constitución, por supuesto, para evitar el desastre.
La única arma de la oposición es el voto. El primer deber patriótico es votar masivamente el 8D en las elecciones municipales por la unidad. La severa crisis y la falta de decisión económica y política para atenuarla hacen que las elecciones tengan el carácter de plebiscito sobre Maduro. Si la oposición sale a votar como debe recibirán una derrota contundente, la debilidad de la administración sería paralizante y agravaría hasta lo indecible la precaria situación.