¿Cómo se llama la obra?
El Ecuador político es una larga y esperpéntica novela con amplios pasajes de vergüenza, breves momentos de decaimiento y aparatosos giros imprevistos. La obra ha sido llevada al teatro para ser representada por un repertorio de actores de lo más heterodoxo. Salvo ciertos personajes talentosos, excepciones más bien notables, los demás miembros del elenco han demostrado ser burdos y grotescos, incapaces hasta el hastío, falsos, incultos y adictos irredimibles a la componenda, al poder y a la corrupción.
El último capítulo de esta obra, que se encuentra en plena producción, ha dado un viraje total a la década pasada, ésa a la que algunos libretistas ladinos, aceitados desde lo alto, quisieron titular como “La Década Ganada”, pero que en esta puesta en escena, por ejemplo, nos muestra a los perseguidores convertidos en reos perseguidos; al amo absoluto enfermo de poder y ansiedad, encerrado en la torre más alta del castillo; a los animales bravíos que se volvieron mansas mascotas puertas adentro; a los endeudados, pobres y menesterosos que devinieron mágicamente en millonarios vecinos de South Beach, Key Biscaine o Fisher Island; o, a los antiguos opositores, más conocidos hace poco como los malos de la novela, que ahora son todos buenos, y, a los que hace poco se creían buenos y eran los más recalcitrantes caudillistas, hoy transfigurados (quién lo diría) en los nuevos opositores de su propio gobierno.
Lo cierto es que, por ahora, en este acto de la década pasada todo es un desmadre: los actores de la comparsa verde, antes muy numerosa y alharaquienta, se ven nerviosos y confundidos, deambulando de un lado al otro del escenario como si hubieran olvidado el libreto. A momentos se los ve hacer mutis por el foro para evitar abucheos, pero pronto regresan otra vez, aturdidos por los insultos que les prodigan en pasillos y camerinos. Coquetean con los dioses y luego con los demonios, y al final siguen deshojando margaritas, entre telones, en un limbo de lo más inquietante. Todos quieren tener papeles estelares, ser galanes o princesas, reyes, reinas, divas o, al menos, capataces como su ídolo máximo, pero hasta que se repartan los papeles siguen ahí, medio agrupados, renegando de los disfraces de ranas y sapos que algún gracioso les dejó en los vestidores.
Pero lo mejor de esta representación será, sin duda, la escenografía. Se dice que en el primer acto habrá un enorme descampado, bien apisonado y rematado con un monumental acueducto; en el segundo se escenificará una majestuosa universidad inspirada en ‘El Aleph’ de Borges, pues encerrará todos los conocimientos del universo (y las mayores inversiones nunca imaginadas) en un solo edificio sobrevalorado; y, el acto final, algo más modesto y alegórico, se presentará en un autobús público circulando a hora pico, con las manos del protagonista haciendo todo tipo de travesuras.
Eso sí, lo que aún no se sabe con certeza es, ¿cómo se llama la obra?
ovela@elcomercio.org