Las fichas del tablero geopolítico latinoamericano se mueven a un ritmo insospechado. Si antes lo hacían desde el sigilo oculto de la noche y los barrios lumpen, ahora la descomposición -llagas y pus- se muestra a la luz del día, dantesca, sin censura. Nos sabemos envueltos en el marasmo de la corrupción; sí, todos tenemos precio; las elites prístinas que jamás se ensuciaban las manos (al menos no a vista del público y sus íntimos círculos), están embarradas hasta la médula del hueso y no tienen ni les queda pudor alguno. Públicamente Carlos Pólit ofrece en Estados Unidos una fianza de 11 millones, ahora 14, ¿quién los tiene limpios?. ¿Cómo restituirá al país el flagrante robo? ¿Y los demás del combo?
Y no dejo de leer “Salvar el fuego” del mexicano Guillermo Arriaga (premio Alfaguara 2020), un drama shakespereano del más grande tenor que pone el dedo en los recónditos y oscuros motivos del amor y la política latinoamericana, de las memorias históricas cargadas de odios y venganza de raza y clase, memorias que aún resuenan. Una cárcel, la de Oriente en la ciudad de México, es el escenario de la novela. A través de la historia de amor de una bailarina burguesa y un homicida arrollador por su inteligencia y violencia, se desarrollarán múltiples historias paralelas -una polifonía abrasadora- que mapea con precisión problemas de desigualdad de oportunidades, del dinero fácil por narcotráfico o extorsión; de las clases políticas en deuda con el lavado de activos; de las cárceles como lugares de control; de las mafias y altas negociaciones con miembros del Estado, de policía y militares; de inversionistas y contratistas nacionales e internacionales en el baile de las coimas. Un sórdido mundo donde matar es parte de la cotidianidad.
Arriaga, informado de los más increíbles detalles del tramado convulso de nuestras sociedades, ha armado -como lo hizo en los guiones de “Babel”, “Amores perros” o “21 gramos”- la mejor de las radiografías de lo que hoy vivimos a nivel del continente.