Libia de los recuerdos
La agencia internacional AFP, desde Bengasi, en una reseña publicada en este Diario (21 del presente mes), concluye: “Libia está sumida en el caos desde la caída en el 2011 de Muamar Gadafi y las autoridades no consiguen controlar a las decenas de milicias formadas por antiguos insurgentes que imponen su ley frente a un Ejército y a una Policía divididos y debilitados”.
Misión cumplida, digo yo, por parte de quienes intervinieron en un país que había logrado su unidad es verdad que con mano dura y hacía valer su petróleo a precios de mercado. Atrás quedaron los tiempos en que decenas de jeques primitivos, cada uno con su pozo de petróleo, vendían el barril a precio de botella de Coca-Cola. Como eran cientos de miles de barriles, todos contentos, ni se diga España, Italia y Francia, pues el norte de África era su área de influencia y apenas el Mediterráneo de por medio.
De por qué a Manuel Prado y Colón de Carvajal le nombraron Presidente del Centro Iberoamericano de Cooperación (CIC), ex Instituto de Cultura Hispánica, resultaba un misterio. A tal personaje le conocí en Madrid y luego nos encontramos en Quito, yo como Presidente del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica (IECH). Como que no encajaba en sus nuevas funciones: soberbio, imponente, frío. Se sabía que era un hombre de negocios de alto vuelo y tanto como que llegó a ser administrador privado de las arcas del rey Juan Carlos, por más de 20 años.
La industria española, incluida la siderometalúrgica, se hallaba iniciando su desarrollo, sedienta de petróleo. Se comentaba en Madrid que Manuel Prado en sus relaciones con los árabes era insuperable, pues sabía su idioma, deponía su arrogancia y a los jeques -especialmente de Libia- les tenía en el bolsillo contándoles chistes verdes, que los hacía revolcarse en las alfombras muertos de la risa.
Negocios redondos los que hacía Manolo Prado a nombre del Rey de España, cuyas arcas se volvían respetables, y el artífice del portento era honrado con las más altas condecoraciones y membrecías.
Con tal personaje tuve que vérmelas en Quito. La directiva del IECH solicitó una entrevista. Nos concedió 10 minutos ¡y ni uno más! Teníamos que informarle que con nuestros recursos había sido invitado a que nos visitara el Director del Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe, dependencia del CIC. En
cinco minutos, todo dicho. Le dimos la espalda, dejándole con la mano extendida.
¿Qué suerte le habrá correspondido a Libia? La conocí en una cena a la que también fui invitado. De nombre árabe imposible, así la conocían sus amigos madrileños pues había nacido en Libia.
Hacía estudios de posgrado en derivados del petróleo con admirable empeño, según se sabía. Eran los tiempos de Gadafi. Cuando la intervención, Libia debió hallarse trabajando en una de las refinerías que quedaron hechas polvo.