Aunque no sea algo muy visible, el concepto de equilibrio es algo que esta presente en todo, desde el mercado, a través de las decisiones de quienes compran y venden, hasta en las relaciones politicas, cuando se establecen las coaliciones parlamentarias o cuando un presidente cede parte de su agenda por las acciones de un parlamento.
Y esto último es algo muy relevante, en especial para el Ecuador. La historia, sus datos, muestran que desde el regreso a la democracia son muy escasos los episodios en donde el Ejecutivo ha hecho prevalecer su agenda sintener una participación importante en el Legislativo. Generalmente, es el Legislativo el que suele tener la fuerza para condicionar la otra parte y lograr equilibrios estratégicos más favorables para ellos.
Lo cierto es que estas comparticiones de agenda, aunque suenen de consenso y, por ende, resultado de la democracia, no son del todo eficientes. La razón es sencilla: si la agenda falla en satisfacer las expectativas populares, quien pierde posicionamiento en el mercado electoral es el Ejecutivo y no el Legislativo.
Por simplicidad cognitiva, un concepto estudiado porTversky y Kahneman, cada ciudadano asociará su inconformidad con lo más tangible, esto es, con la persona y no con el ente. Así, el costo del consenso lo asume el Ejecutivo y no los partidos que conforman el Legislativo. Aún más, al ser participantes dentro de un mismo mercado electoral, por más consenso que refleje la agenda, cada uno tirará agua para su molino y de esta forma, procurarán mantener su posición en el mercado. Todo esto hace que la figura del Ejecutivo sea ineficiente, ya que recibe el costo político total cuando no es quien estableció la agenda final.
Aquí sin duda hay un problema de incompatibilidad de incentivos y, por ende, reestructurándolos, se puede lograr equilibrios políticos más estables y duraderos. Esto no es cualquier cosa, como Acemoglu bien lo identifica, es un claro determinante para el desarrollo de las naciones.