Las últimas estimaciones aparecidas en la prensa, confirman la percepción generalizada de que el país se halla estancado. Apenas el crecimiento de la economía superará el 1%, muy poco para una sociedad que si realmente busca despegar y encaminarse a estadios que permitan brindar bienestar a sus habitantes, debería expandirse en forma sostenida a tasas que superen el 5%. Pero ese objetivo parece estar fuera del radar del Gobierno, que realiza lo justo sin arriesgar nada y esmerándose en transitar sin hacer olas, con la intención de que transcurra su mandato y sea su sucesor el que enfrente el dilema de continuar en esta modorra o dar el golpe de timón necesario, para enfilarnos a una senda que nos conduzca a objetivos que debemos buscar como nación.
El tema se agrava porque día a día se percibe que los mejores momentos del Gobierno van quedando en el pasado. Esta situación podría volverse más crítica si, luego de las elecciones intermedias en que se elegirán autoridades locales, los resultados son esquivos a los candidatos que se muestren cercanos a Carondelet y se revele que el apoyo con el que cuenta sea mínimo y se halle huérfano de respaldo para lo que le reste de su mandato.
Ese quizá sea el peor de los escenarios dado que, en la práctica, su margen de maniobra quedará reducido a lo que los soportes coyunturales le permitan estructurar. Tales respaldos estarán condicionados por los cálculos que realicen los grupos que le brinden sostén, que mantendrá la vista en su objetivo principal que no es otro sino hacerse del solio presidencial. Evitarán comprometerse con una gestión que muestre pobres resultados, más bien irán tomando distancia y apartándose de la misma.
Por ello la oportunidad de reorientar la gestión de gobierno y enviar señales claras de cambio, si de verdad se busca recomponer la debilitada economía, es el momento actual. Para conseguir ese objetivo se tendría que realizar propuestas más audaces, abrir la economía de manera decidida buscando atraer inversión, pero no con medidas tibias que no convencen a nadie, sino de forma resuelta e impulsando las transformaciones que se requieran para eliminar esas disposiciones que obstaculizan los emprendimientos y que son las verdaderas causas por las que son pocos los que se atreven a arriesgar en el país.
Hay que ser más imaginativos y poner sobre la mesa invitaciones a los particulares para que impulsen obras que son urgentes y que no pueden realizarse por falta de recursos. Para esto, previamente, hay que trabajar con la población remitiendo el mensaje que si desean recibir obras y servicios de calidad tienen que estar dispuestos a pagar las tarifas que se requieran para poder financiar esos emprendimientos. Lo otro son sólo sueños y buenas intenciones que no resuelven nada. Si no se actúa en ese sentido, persistirán las interrogantes sobre el porqué de la escasa inversión en el país, cuando la respuesta está al frente de sus narices. Ni más ni menos.
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