En turismo hay una “maldición”: el que entra ya no sale. Y no importa de cual sector académico o empresarial se venga; una vez entramos a vivir al día a día de la amabilidad, las sonrisas, la preocupación por el bienestar de las personas, el ansia por generar felicidad, comodidad, sensaciones agradables, experiencias inolvidables; se asume una nueva filosofía de vida, que aprecia cada amanecer, se deleita con el verdor, se solidariza con el emprendimiento del vecino, nadie es competencia, sino complemento; y todos nos tratamos con un idioma agradable.
El ser tan educados, juiciosos, cordiales, la cuarta fuente de divisas del país y el segundo generador de empleo, nos cuesta ser excluidos por todos los gobernantes, marginados de toda decisión política y sujetos de más impuestos, nuevas obligaciones. Aun así, nos mantenemos afectuosos.
En contracara, los grupos políticos y económicos parten su accionar de la ira, la tristeza, el miedo, el resentimiento, el deseo de venganza; emociones que conciben hambrunas y guerras, son convidados a dialogar, negociar, cogobernar.
Y no es que esta gente sea mala por pensar y actuar como lo hacen, solo que nadie les ha enseñado a pensar y hablar desde el perdón y la aceptación. Porque uno perdona para liberarse del dolor y de esa cárcel del pasado que no permite vivir digna y alegremente el hoy, que es cuando sembramos lo que seremos mañana.
Toda sociedad necesita de pensamientos felices para crear un ambiente de sanación y renovación permanente. Es normal, pero no natural, que haya gente que irradie negatividad y atraiga la enfermedad de la colectividad. De estos políticos que profesan el resentimiento, la queja, el dolor por el pasado, la crítica permanente, solo podemos esperar la barbarie como en Venezuela y Ucrania.
Hay dos naciones. El Ecuador turístico del bienestar y el de ideologías que nos imponen la tiranía de la pobreza de sentimientos, mezquindad de gratitud por la vida y nos niegan el derecho a un mañana de abundancia.